jueves, 24 de septiembre de 2009

EL MILAGRO DE PRAGA

El Papa Benedicto XVI viaja a la República Checa, siguiendo las huellas de Juan Pablo II. No se puede olvidar que, después de la caída del comunismo, Praga fue la primera ciudad del antiguo mundo comunista que recibió su visita, el 21 de abril de 1990, aceptando la invitación que le hizo el presidente Vaclav Havel.
En su libro “Mi vida con Karol”, su secretario, actual arzobispo de Cracovia, Cardenal Stanislaw Dziwsz, explicaba:

“El presidente Vaclav Havel, al recibir al Santo Padre, no pudo expresar mejor la extraordinaria elocuencia histórica de aquella visita. Un “milagro” dijo. Seis meses antes, Havel, arrestado como enemigo del Estado, aun estaba en la cárcel. Ahora, le daba la bienvenida al primer Papa eslavo, al primer Papa que ponía los pies en aquella tierra. Aquel “milagro”, podría decirse, había comenzado en San Pedro, el 12 de noviembre del año anterior, cuando fue canonizada Inés de Bohemia. En aquella ocasión llegaron a Roma, desde su patria o fuera de ella, al menos diez mil checoslovacos. Se descubrieron unidos, fuertes, sin miedos.
El Papa les dijo: “Vuestra peregrinación no debe terminar hoy. Debe continuar…” Y la peregrinación continuó hasta desembocar en la “Revolución de terciopelo” aquellos diez días que cambiaron la historia checoslovaca. Casi una segunda “Primavera de Praga””.

A la vuelta de los años, las palabras de bienvenida que Vaclav Havel le dirigió a Juan Pablo II en el aeropuerto, son una especie de Aleluya cívico que conmueve.

Santidad,
Queridos conciudadanos:
No estoy seguro de saber qué es un milagro. A
pesar de ello, me atrevo a decir que en este momento
participo en un milagro: el hombre que hace seis
meses era arrestado como enemigo del Estado se
halla aquí en el día de hoy como presidente de ese
Estado, y da la bienvenida al primer pontífice que
pone el pie en este país en toda la historia de la
Iglesia católica.
No estoy seguro de saber qué es un milagro. A
pesar de ello, me atrevo a decir que esta tarde
participaré en un milagro: hoy, en el mismo lugar
donde hace cinco meses nos llenó de alegría la
canonización de Inés de Bohemia, ese día en que se
decidió el futuro de nuestro país, en ese lugar, digo,
el principal representante de la Iglesia católica
oficiará misa, y probablemente ante Aquel en cuya mano está el curso inescrutable de todas las cosas.
No estoy seguro de saber qué es un milagro. A
pesar de ello, me atrevo a decir que en este momento
participo en un milagro: a un país devastado por el
gobierno de los ignorantes, llega el símbolo vivo de
la cultura; a un país que hasta hace poco era
devastado por la idea del enfrentamiento y la división
en el mundo, llega el mensajero de la paz, el diálogo,
la tolerancia, la estima y la sosegada comprensión,
el mensajero de la unidad fraternal en la diversidad.
Durante estas largas décadas, el Espíritu
Santo fue desterrado de nuestro país. Tengo el honor
de presenciar el momento en que su suelo es besado
por el apóstol de la espiritualidad.
Bienvenido a Checoslovaquia,
Santidad

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