
Aquel 27 de enero de 1979, en México, junto con los representantes de los obispos de Latinoamérica, entre otras cosas preciosas el Papa, mirando a la imagen milagrosa, le dirigió a Nuestra Señora una catarata de ruegos:
"¡Oh, Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha anunciado y a extender el amor, que es el primer mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanoss en la fe, ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en las almas del Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado".
Después, Juan Pablo II puso la Iglesia en sus manos: "Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad tuya. Tú, que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la señal de tu presencia, que es tu imagen en el Santuario de Guadalupe, vive como en tu casa en estos corazones, también en el futuro. Sé una de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos".
Han pasado tres décadas y en toda América estamos en tiempo de misión: con la Madre todo es todo más fácil.
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