domingo, 30 de agosto de 2009

¿La reforma de la reforma? (1)



Andrea Tornielli es un vaticanista italiano que publica en Il Giornale, de Milán y en su blog Sacri Palazzi. Tornielli, que suele ofrecer informaciones confiables, publicó en Il Giornale del 22 de agosto la que he traducido para los lectores de este blog. El título –“El documento secreto”- va más allá, sin duda, del contenido de la información. El caso es que provocó un “desmentido” del cardenal Bertone, que también ofreceré, y una posterior aclaración de Tornielli, que asimismo podrán leer aquí. "Cuando el río suena”…

EL DOCUMENTO SECRETO.
RATZINGER REFORMA LA MISA. BASTA A LA COMUNION EN LA MANO.


Roma. El documento fue entregado a Benedicto XVI en la mañana del 4 de abril pasado, por el cardenal español Antonio Cañizares Llovera, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino. Se trata del resultado de una votación reservada, que tuvo lugar el 12 de marzo, en el transcurso de la reunión plenaria del dicasterio encargado de la liturgia y representa el primer paso concreto hacia la “reforma de la reforma”, tantas veces auspiciada por el Papa Ratzinger. Casi por unanimidad, los cardenales y obispos miembros de la Congregación votaron a favor de una mayor sacralidad del rito, de recuperar el sentido de la adoración eucarística, de recuperar la lengua latina en las celebraciones y rehacer las partes introductorias del misal, para poner freno a los abusos, a las experimentaciones salvajes y a las creatividades inoportunas.
También se mostraron favorables a confirmar que el modo usual de recibir la Comunión según las normas no es en la mano, sino que este debe permanecer como un hecho extraordinario.
El “ministro de la liturgia” del Papa Ratzinger, Cañizares, está también haciendo estudiar la posibilidad de recuperar la orientación del celebrante hacia el Oriente, al menos en el momento de la consagración eucarística, como se practicaba antes de la reforma, cuando tanto los fieles como el sacerdote miraban hacia la Cruz y el celebrante daba la espalda a la asamblea.
Quien conozca al cardenal Cañizares, apodado “el pequeño Ratzinger” antes de venir a Roma, sabe que tiene la intención de llevar adelante el proyecto, con decisión, partiendo de lo que establece el Concilio Vaticano II en la constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium, que en realidad fue superada por la reforma post conciliar que entró en vigor al final de los años Sesenta. El purpurado, entrevistado por 30 Giorni en los meses pasados, había dicho al respecto: “A veces, se han hecho cambios por el simple gusto de cambiar respecto a un pasado que se percibía como completamente negativo y superado. Otras veces se concibió la reforma como una ruptura, y no como un desarrollo orgánico de la Tradición”.
Por esto, las “propositiones” votadas por los cardenales y obispos en la sesión plenaria de marzo auspician un regreso al sentido de lo sagrado y a la adoración, pero también la recuperación de las celebraciones en latín en las diócesis, al menos en las principales solemnidades, así como la publicación de misales bilingües –un deseo que había manifestado en su tiempo Pablo VI- con el texto en latín.
Las propuestas de la Congregación que Cañizares presentó al Papa, obteniendo su aprobación, están perfectamente en línea con la idea tantas veces expresada por Joseph Ratzinger cuando era cardenal, como atestiguan los pasajes inéditos sobre la liturgia anticipados ayer por Il Giornale, que serán publicados en el libro Davanti al protagonista (Cantagalli), presentado en el Mitin de Rimini. Pero hay una “nota bene” muy significativa: para llevar a la práctica la “reforma de la reforma” se necesitarán muchos años. El Papa está convencido de que no serviría de nada apresurarse, ni dar simplemente directrices desde lo alto, con el riesgo de que queden en letra muerta. El estilo de Ratzinger es el de comprobar y, sobre todo, el del ejemplo. Lo demuestra el hecho de que, desde hace más de un año, quien vaya a recibir la Comunión del Papa, se debe arrodillar en el reclinatorio que preparan los ceremonieros.

lunes, 24 de agosto de 2009

LOS FUTUROS SACERDOTES (2)



El impacto con la secularización de nuestras sociedades ha transformado profundamente a nuestras Iglesias. Podríamos adelantar la hipótesis que hemos pasado de una Iglesia de "pertenencia", en la cual la fe era comunicada por el grupo de nacimiento, a una Iglesia de "convicción", en la que la fe se define como una elección personal y valiente, con frecuencia en oposición al grupo de origen. (...) Nuestros seminaristas, al igual que nuestros jóvenes, pertenecen también a esta Iglesia de "convicción". No llegan más tanto de las campiñas, sino más bien de las ciudades, sobre todo de las ciudades universitarias. Con frecuencia han crecido en familias divididas o "estalladas", lo que deja en ellos huellas de heridas y, tal vez, una especie de inmadurez afectiva. El ambiente social al que pertenecen no los sostiene más: han elegido por convicción ser sacerdotes y han renunciado, por ello, a toda ambición social (lo que digo no vale para todos por igual; conozco comunidades africanas en las que la familia o el pueblo valoran todavía las vocaciones surgidas en su seno). Por eso ellos ofrecen un perfil más determinado, individualidades más fuertes y temperamentos más valientes. Respecto a esto, tienen derecho a toda nuestra estima.
La dificultad sobre la cual quisiera atraer la atención de ustedes supera la cornisa de un simple conflicto generacional. Mi generación, insisto, ha identificado la apertura al mundo con la conversión a la secularización, frente a la cual ha experimentado una cierta fascinación. Por el contrario, los más jóvenes han nacido efectivamente en la secularización, la cual representa su ambiente natural, y la han asimilado con la leche nutricia, pero buscan ante todo tomar distancia de ella y reivindican su identidad y sus diferencias.
¿Adaptación al mundo o contestación?
Existe ahora en las Iglesias europeas, y quizás también en la Iglesia americana, una línea divisoria, a veces de fractura, entre una corriente "conciliadora" y una corriente "contestataria".
La primera nos lleva a observar que existen en la secularización valores de fuerte matriz cristiana, como la igualdad, la libertad, la solidaridad y la responsabilidad, razón por la cual debe ser posible llegar a acuerdos con tal corriente y a identificar los campos de cooperación.
La segunda corriente, por el contrario, invita a tomar distancia. Considera que las diferencias o las oposiciones, sobre todo en el campo ético, llegarán a ser cada vez más marcadas. En consecuencia, propone un modelo alternativo al modelo dominante, y acepta sostener el rol de una minoría contestataria.
La primera corriente ha resultado ser la predominante luego del Concilio; ha proporcionado la matriz ideológica de las interpretaciones del Vaticano II que se han impuesto a fines de los años Sesenta y en la década siguiente.
Las cosas se han invertido a partir de los años Ochenta, sobre todo -pero no exclusivamente- por la influencia de Juan Pablo II. La corriente "conciliadora" ha envejecido, pero sus adeptos detentan todavía los puestos clave en la Iglesia. La corriente del modelo alternativo se ha reforzado considerablemente, pero todavía no se ha convertido en dominante. Así se explicarían las tensiones del momento en numerosas Iglesias de nuestro continente.
No me sería difícil ilustrar con ejemplos la contraposición que he descrito en líneas generales.
Las universidades católicas se distribuyen hoy según esta línea divisoria. Algunas juegan la carta de la adaptación y de la cooperación con la sociedad secularizada, a costa de encontrarse obligadas a tomar distancia en sentido crítico respecto a este o ese aspecto de la doctrina o de la moral católica. Otras, de inspiración más reciente, ponen el acento en la profesión de fe y en la participación activa en la evangelización. Lo mismo vale para las escuelas católicas.
Lo mismo se podría afirmar, para retomar el tema de este encuentro, respecto a la fisonomía típica de los que llaman a la puerta de nuestros seminarios o de nuestras casas religiosas.
Los candidatos de la primera tendencia se han tornado cada vez más raros, con gran disgusto de los sacerdotes de las generaciones más ancianas. Los candidatos de la segunda tendencia se han tornado hoy más numerosos que los primeros, pero dudan en cruzar el umbral de nuestros seminarios, porque muchas veces no encuentran allí lo que buscan.
Ellos son portadores de una preocupación por la identidad (con un cierto desprecio son calificados a veces como "identitatarios"): por la identidad cristiana -¿en qué nos debemos distinguir de los que no comparten nuestra fe?- y por la identidad sacerdotal, mientras que la identidad del monje o del religioso es más fácilmente perceptible.
¿Cómo favorecer la armonía entre los educadores -que pertenecen muchas veces a la primera corriente- y los jóvenes, que se identifican con la segunda? ¿Los educadores continuarán aferrándose a criterios de admisión y de selección que remiten a su época, pero que no se corresponden más con las aspiraciones de los más jóvenes? Me contaron el caso de un seminario francés en el que las adoraciones del Santísimo Sacramento habían sido desterradas durante una buena veintena de años, porque se las consideraba muy devocionales. Allí, los nuevos seminaristas han debido luchar durante la misma cantidad de años para que fueran restablecidas las adoraciones, mientras algunos docentes han preferido presentar la renuncia frente a lo que juzgaban como un "retorno al pasado"; al ceder a los requerimientos de los más jóvenes, tenían la impresión que renegaban de aquello por lo cual se habían batido durante toda la vida.
En la diócesis de la que fui obispo he conocido dificultades similares cuando los sacerdotes más ancianos -y también comunidades parroquiales enteras- experimentaban grandes dificultades para responder a las aspiraciones de los sacerdotes jóvenes que les habían sido mandados.
Comprendo las dificultades que ustedes encuentran en el ejercicio del ministerio de rectores de seminarios. Más que el tránsito de una generación a otra, ustedes deben asegurar armoniosamente el pasaje de una interpretación del Concilio Vaticano II a otra, y probablemente de un modelo eclesial a otro. La posición de ustedes es delicada, pero es absolutamente esencial para la Iglesia.

sábado, 15 de agosto de 2009

LOS FUTUROS SACERDOTES (1)


Que la Santísima Virgen está pendiente de cada uno de sus hijos es una preciosa verdad de la cual los sacerdotes, particularmente, podemos dar numerosos testimonios personales y ajenos. Que la Madre de Dios y Madre nuestra, llamada desde hace siglos “Omnipotencia suplicante”, consigue todo de Dios con su mediación materna, es también un dato de experiencia que Juan Pablo II, por ejemplo, reconocía con estas expresivas palabras: “¡Cuantas gracias he recibido yo a lo largo de estos años por medio del Rosario!”…
En este Año sacerdotal, la petición a la Virgen por las vocaciones sacerdotales es una intención prioritaria. Y, mientras rogamos con fe por ellas, vale la pena meditar en cómo deben ser formados los sacerdotes que llegarán.
Monseñor Jean-Louis Bruguèt, O.P. tiene títulos sobrados para que se le preste atención en este tema. Tiene 66 años y fue formado en Ciencias Económicas, Derecho y Ciencias Políticas, antes de obtener el doctorado en Teología. Ha publicado varios libros y numerosos artículos. Enseñó Teología Moral en Toulouse y en la Universidad de Friburgo. Ha sido miembro de la Comisión Teológica Internacional y del Comité Nacional Consultivo de Ética en Francia. En el año 2000 fue nombrado Obispo de Angers y, en 2007, designado Secretario de la Congregación para la Educación Católica, de la que dependen los seminarios.
El 3 de junio pasado, L’Osservatore Romano publicó el discurso que dio Monseñor Bruguèt, hace pocos meses, a los rectores de los seminarios pontificios. Bajo el título FORMACION PARA EL SACERDOCIO: ENTRE EL SECULARISMO Y LOS MODELOS DE IGLESIA, el Arzobispo Bruguèt desarrolló con encomiable claridad las líneas maestras que hay que seguir en la formación de los futuros sacerdotes. Ofrezco el texto, que no es largo, en dos entregas.

Siempre es arriesgado explicar una situación social a partir de una sola interpretación. Sin embargo, algunas claves abren más puertas que otras. Desde hace mucho estoy convencido del hecho que la secularización se ha convertido en una palabra-clave para pensar hoy a nuestras sociedades, pero también a nuestra Iglesia.
La secularización representa un proceso histórico muy antiguo, porque nació en Francia a mitad del siglo XVIII, antes de extenderse al conjunto de las sociedades modernas. Sin embargo, la secularización de la sociedad varía mucho de un país a otro.
En Francia y en Bélgica, por ejemplo, ella tiende a desterrar de la esfera pública los signos de la pertenencia religiosa y a remitir la fe a la esfera privada. Se observa la misma tendencia, pero menos fuerte, en España, en Portugal y en Gran Bretaña. En Estados Unidos, por el contrario, la secularización se armoniza fácilmente con la expresión pública de las convicciones religiosas, lo cual hemos poder visualizarlo también con ocasión de las últimas elecciones presidenciales.
Desde hace una década a esta parte ha surgido entre los especialistas un debate muy interesante. Hasta ahora, parecía que se debía dar por descontado que la secularización a la europea constituía la regla y el modelo, mientras que la de tipo americano constituía la excepción. Pero ahora son numerosos los que -por ejemplo, Jürgen Habermas- piensan que es verdad lo opuesto y que también en la Europa post-moderna las religiones desempeñarán un nuevo rol social.

(¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?...)
Recomenzar desde el Catecismo
Cualquiera sea la forma que haya asumido, la secularización ha provocado en nuestros países un derrumbe de la cultura cristiana. Los jóvenes que se presentan en nuestros seminarios no conocen nada o casi nada de la doctrina católica, de la historia de la Iglesia y de sus costumbres. Esta incultura generalizada nos obliga a efectuar revisiones importantes en la práctica que se ha seguido hasta ahora. Mencionaré dos.
En primer lugar, me parece indispensable prever para estos jóvenes un período -un año o más- de formación inicial, de "recuperación", de tipo catequético y cultural al mismo tiempo. Los programas pueden ser concebidos en forma diferente, en función de las necesidades específicas de cada región. Personalmente, pienso en un año entero dedicado a la asimilación del Catecismo de la Iglesia Católica, el cual está presentado en la forma de un compendio muy completo.


En segundo lugar, sería necesario revisar nuestros programas de formación. Los jóvenes que ingresan al seminario saben que no saben. Son humildes y están deseosos de asimilar el mensaje de la Iglesia. Se puede trabajar verdaderamente bien con ellos. Su falta de cultura tiene de positivo que no cargan con los prejuicios negativos de sus hermanos mayores, lo cual constituye una feliz circunstancia, gracias a lo cual podemos construir sobre una "tabla rasa". Éste es el motivo por el que estoy a favor de una formación teológica sintética, orgánica y que apunte a lo esencial.
Esto implica, por parte de los profesores y de los formadores, la renuncia a una formación inicial signada por un espíritu crítico -como ha sido el caso de mi generación, para la cual el descubrimiento de la Biblia y de la doctrina se ha visto contaminado por un sistemático espíritu de crítica- y por la tentación de lograr una especialización demasiado precoz, precisamente porque le falta a estos jóvenes el necesario background cultural.
Permítanme confiarles algunos interrogantes que me surgen en este momento. Hay miles de motivos para querer dar a los futuros sacerdotes una formación completa y de alto nivel. Como una madre atenta, la Iglesia desea lo mejor para sus futuros sacerdotes. Por eso se han multiplicado los cursos, pero al punto de recargar los programas en una forma que me parece exagerada. Probablemente ustedes han percibido el riesgo del desaliento en muchos de vuestros seminaristas. Pregunto: ¿una perspectiva enciclopédica es adecuada para estos jóvenes que no han recibido ninguna formación cristiana de base? ¿Esta perspectiva no ha provocado quizás una fragmentación de la formación, una acumulación de cursos y una impostación excesivamente historicista? ¿Es realmente necesario, por ejemplo, dar a los jóvenes que no han aprendido jamás el catecismo una formación profunda en las ciencias humanas o en las técnicas de comunicación?
Yo aconsejaría elegir la profundidad más que la extensión, la síntesis más que los detalles, la arquitectura más que la decoración. Otras tantas razones me llevan a creer que el aprendizaje de la metafísica, en tanto obligatorio, representa la fase preliminar absolutamente indispensable para el estudio de la teología. Los que vienen a nosotros han recibido con frecuencia una sólida formación científica y técnica -lo cual es una fortuna- pero la falta de cultura general no les permite ingresar con paso decidido en la teología.
Dos generaciones, dos modelos de Iglesia
En numerosas ocasiones he hablado de las generaciones: de la mía, de la que me ha precedido y de las generaciones futuras. Ésta es, para mí, la encrucijada de la situación presente. Ciertamente, el pasaje de una generación a otra ha planteado siempre problemas de adaptación, pero lo que vivimos hoy es absolutamente peculiar.
El tema de la secularización debería ayudarnos, también aquí, a comprender mejor. Ella ha conocido una aceleración sin precedentes durante los años Sesenta. Para los hombres de mi generación, y todavía más para los que me han precedido, la mayoría de ellos nacidos y criados en un ambiente cristiano, esa aceleración ha constituido un descubrimiento esencial, la gran aventura de su existencia. Han llegado a interpretar la "apertura al mundo" invocada por el Concilio Vaticano II como una conversión a la secularización.
Así, de hecho hemos vivido, o inclusive favorecido, una auto-secularización potente en la mayor parte de las Iglesias occidentales.
Los ejemplos abundan. Los creyentes están dispuestos a comprometerse al servicio de la paz, de la justicia y de las causas humanitarias, ¿pero creen en la vida eterna? Nuestras Iglesias han llevado a cabo un esfuerzo inmenso para renovar la catequesis, ¿pero esta misma catequesis no tiende a desatender las realidades últimas? Nuestras Iglesias se han embarcado en la mayor parte de los debates éticos del momento, incitados por la opinión pública, ¿pero cuántos hablan del pecado, de la gracia y de la vida teologal? Nuestras Iglesias han desplegado felizmente tesoros ingeniosos para que los fieles participen mejor en la liturgia, ¿pero esta última no ha perdido en gran parte el sentido de lo sagrado? ¿Alguien puede negar que nuestra generación, quizás sin darse cuenta, ha soñado una "Iglesia de creyentes puros", una fe purificada de toda manifestación religiosa, poniendo en guardia contra toda manifestación de devoción popular como las procesiones, las peregrinaciones, etcétera?

jueves, 13 de agosto de 2009

FRANCISCO, GUARDA DE ÓMNIBUS

Hace unos días, cuando iba a tomar el ómnibus Paysandú-Montevideo, me encontré con Francisco, que estaba haciendo una parada en el viaje Montevideo-Salto. Me preguntó, sonriente y amable como siempre, por mi apostolado... Recordé entonces que, en el otro blog, yo había publicado su historia. La ofrezco ahora porque nunca perderá actualidad: Francisco es un hombre sabio, qué quieren que les diga; uno de esos hombres que, sin proponérselo, enseñan.

Guarda de ómnibus, de los ómnibus que te llevan al interior del país: viajes de cuatro, cinco, siete horas sin parar casi en ninguna parte… Trabajar de guarda de uno de estos ómnibus me pareció siempre un modo francamente soso de gastar la vida… Hasta anteayer.
Con este guarda coincidí en varios viajes a Paysandú (4 horas y media) y a Salto (6 horas). Me llamó la atención su actitud: como si estuviera estrenando su profesión. Media hora, más o menos, después de la salida, se acerca a pedir el pasaje a cada uno de los viajeros que, ordinariamente, son (somos) habituales y conocemos el rito. Francisco, el guarda, con una medio sonrisa amable y en un susurro perceptible solamente por el interesado, pregunta a cada uno dónde baja: “¿en la Terminal?”. Si la respuesta es otra, la anota en el recibo del pasaje, después de devolver al pasajero el talón.
Continúa con el siguiente. Alguien se levanta a buscar no sé qué en el bolso que depositó en el compartimento que está encima de los asientos (yo, casi siempre, suelo olvidarme de algo) y Francisco se adelanta a acercarle el bolso: espera a que encuentre lo que busca y, como un señor, como quien hace lo que debe hacer, lo coloca en su lugar y no dice nada si le dan las gracias. Durante el viaje, cada tres cuartos de hora o una hora, el señor guarda recorre entero, sin ningún apuro, el pasillo del ómnibus. Si un pasajero le pide una información, se la da amablemente y sin estirar el diálogo; si un niño llora (después de tres horas y media de viaje, lo tengo estudiado, los niños empiezan a llorar) le pregunta a la madre si necesita algo y se lo alcanza; si hay algún envase de refresco usado, pide permiso al dueño y lo retira...
Llegando el ómnibus a una parada en la que descienden varias personas, es normal que los guardas griten en el pasillo desde el primer asiento: “¡Plazacubaaa!”…, por ejemplo. Francisco, en cambio, se dirige a cada uno de los pasajeros y le comunica en voz baja: - Señor, estamos llegando a Plaza Cuba. El sábado, cuando faltaban diez minutos para llegar a Tres Cruces, Francisco apareció en el pasillo y empezó a colocar en posición vertical los asientos de los viajeros que ya habían bajado. A continuación plegó las cortinas que estaban corridas, colocando cada una en su enganche. Seguidamente recogió los envoltorios de alfajores, los envases vacíos y varias cosas más que siempre quedan (es decir, que se dejan por puro descuido). Enseguida se dedicó a bajar del estante superior el sobretodo, o la campera, o la mochila, o lo que fuera de cada uno, y a darlo a su dueño. Cuando llegó a mi altura (asiento 15, pasillo), le pregunté algo y tomó asiento en el que estaba libre al otro lado. Hablamos no más de dos riquísimos minutos.
Francisco tiene 57 años y lleva treinta haciendo este trabajo: le faltan tres para jubilarse. Está casado y tiene cuatro hijos. En un tiempo fue seminarista salesiano. Está contento, muy contento con su trabajo. Entiende a la perfección que en cualquier tarea, haciéndola bien por amor a Dios, está la santidad al alcance de la mano.
Cuando llegamos a Tres Cruces él había terminado de suavizar con la mano las arrugas de las fundas de los asientos: el ómnibus está impecable; los próximos viajeros lo agradecerán.Al detenerse, Francisco es el primero en bajar. Ahora está ayudando a todos y a cada uno: agarra un bolso, ofrece el brazo para apoyarse, le da la mano a una anciana… Es un señor. Me despide con unas palabras cargadas de sabiduría y dichas como para sí mismo, con humor: -Si después de treinta años uno no aprendió a servir a la gente, no aprende más.

martes, 11 de agosto de 2009

AVISO A LOS NAVEGANTES


En marzo de 2008 empecé el blog A VER QUÉ HACEMOS, que ha conseguido un buen número de lectores, y acabo de poner en él este texto:

"No se puede repicar y estar en la procesión", dice el refrán, y lo estoy experimentando desde hace unas semanas. En febrero pasado me decidí a concretar la idea de abrir un blog para y sobre los sacerdotes y el día 12 salió EL CLERO ORIENTAL.
Lo que no me esperaba era que el Papa iba a anunciar, en marzo, que a partir de junio comenzaría en la Iglesia un Año sacerdotal... Con ese anuncio, empecé a dedicarle mayor atención al nuevo blog, sin descuidar éste.
Y ahora viene lo de las campanas y la procesión, se imaginan: veo que no es posible atender los dos blogs como me gustaría, debo hacer un corte y, con la ayuda de ustedes, pienso que será provechoso para todos.
Si tienen la amabilidad de entrar en
EL CLERO ORIENTAL, verán que los temas que en él se tratan interesan a todos y, para nosotros, sacerdotes, será muy enriquecedor contar con los comentarios de ustedes. Nos enriquecerá porque, de hecho, son ustedes los destinatarios de nuestro servicio y lo que queremos es hacerlo cada día mejor. Por lo demás, cuento con que rezarán por nosotros como el Papa Benedicto XVI no se cansa de pedir que recemos.De manera que esto no es una despedida sino un cambio de estación, nada más. Gracias desde ya por la ayuda que nos darán.

A los lectores de EL CLERO ORIENTAL les agradezco la bienvenida que le darán a estos nuevos amigos.

jueves, 6 de agosto de 2009

"CUANDO SEA LEVANTADO SOBRE LA TIERRA..."

Fiesta de la Transfiguración del Señor, en Madrid, año 1931. Fue en este día cuando un joven sacerdote de 29 años, tuvo una experiencia sobrenatural que hace bien conocerla.
Tres años antes, el 2 de octubre de 1928, había visto una expresa voluntad de Dios: debería abrir a hombres y mujeres del mundo y de todo el mundo, un camino de santidad: tarea difícil, hasta lo imposible, humanamente hablando.
Pero su Padre Dios le prestaba en ocasiones auxilios extraordinarios. Aquel joven sacerdote, san Josemaría Escrivá de Balaguer, consignó por escrito lo sucedido:

“7 de agosto de 1931: Hoy celebra esta diócesis la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo. (El día 6, en la diócesis de Madrid-Alcalá se celebraba la fiesta de los santos Justo y Pastor, sus Patronos principales). – Al encomendar mis intenciones en la Santa Misa, me di cuenta del cambio interior que ha hecho Dios en mí (…) Y eso, a pesar de mí mismo: sin mi cooperación, puedo decir. Creo que renové el propósito de dirigir mi vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina: la Obra de Dios. (Propósito que en este instante, renuevo también con toda mi alma). Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme –acaba de hacer in mente la ofrenda del Amor Misericordioso-, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: “et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum” (Ioann. 12, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el "ne timeas!", soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas.
A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad…, sin garabato), querría escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey”.
(A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, I, p. 381).

Ayer cumplí 36 años de sacerdocio: esos “libros de fuego” me han ayudado ¡tanto!, que los recomiendo vivamente.

miércoles, 5 de agosto de 2009

UNA OCULTA BELLEZA

Este mediodía, en la habitual Audiencia de los miércoles, el Papa habló sobre el Cura de Ars y dijo tantas cosas importantes, que me permití traducir algunas de ellas. Pienso que es el mejor modo de adherirme a la fiesta grande que celebramos ayer que, por cierto, fue un evento inolvidable: bien organizado, bien predicado, muy bien servido... : ¡todo un festejo!

(...) El centro de toda su vida era la Eucaristía, que celebraba y adoraba con devoción y respeto. Otra característica fundamental de esta extraordinaria figura sacerdotal era el asiduo ministerio de la Confesión. En la práctica del sacramento de la Penitencia encontraba el lógico y natural cumplimiento del apostolado sacerdotal, obedeciendo al mandato de Cristo: “A quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados; a quienes de los retengan, les serán retenidos” (cfr. Jn 20, 23). San Juan María Vianney se distinguió como un óptimo e incansable confesor y maestro espiritual. Pasando ‘con un solo movimiento interior, del altar al confesionario’, donde transcurría gran parte de la jornada, buscaba de cualquier manera, con la predicación y con el consejo persuasivo, hacer descubrir a los parroquianos el significado y la belleza de la penitencia sacramental, mostrándola como una exigencia íntima de la Presencia eucarística (cfr. Carta a los sacerdotes en ocasión del Año Sacerdotal)

(…) Lo que hizo santo al Cura de Ars fue su humilde fidelidad a la misión a la Dios lo había llamado; fue su constante abandono, lleno de confianza, en las manos de la Providencia divina. Él consiguió tocar el corazón de la gente, no por sus propias cualidades humanas, ni confiando exclusivamente en un débil empeño de la voluntad. Conquistó las almas, incluso las más refractarias, comunicándoles lo que él íntimamente vivía, es decir, su amistad con Cristo. Fue “enamorado” de Cristo, y el verdadero secreto de su éxito pastoral fue el amor que sentía por el Misterio eucarístico anunciado, celebrado y vivido, que se hizo amor por el rebaño de Cristo, por los cristianos y por todas las personas que buscaban a Dios.

lunes, 3 de agosto de 2009

UN TESTIMONIO SOBRE LA PREDICACIÓN

Ingrid es de Colonia, está en cuarto año de Derecho y, desde el año pasado, se encuentra en Washington haciendo una pasantía. Hoy me llegó este mail suyo, espontáneamente, que comparto con ustedes porque veníamos hablando de la predicación y el testimonio de Ingrid tiene interés.

Padre Jaime,

Le escribo para contarle algo que me pone re contenta. Este es el año de los sacerdotes así que con más razón acá va el cuento.
Voy a una parroquia que queda a 20 minutos de mi casa, todos los domingos, se llama St. Mary's Church.
Hay varios sacerdotes que están allí, por lo menos 4 ó 5. Y son todos tan cracks!. Las homilías son increíbles. Siento que cuando hablan, dejan las cosas muy claras, profundizan muchísimo, pero sin irse por las ramas. Y además, una cosa que me gusta, es que hablan con claridad. Por ejemplo, el tema del aborto es muy serio en este país, con Obama todo se ha complicado. Y ellos explican y explican, no se cansan, dicen las cosas como son, sin miedo, con firmeza y cariño a la vez, pero las dicen. Creo que la gente necesita eso.
Bueno, era eso nada más. Rezo por usted.

Saludos,

Ingrid