martes, 23 de marzo de 2010

¿QUIÉN LE TIRA A IRLANDA LA PRIMERA PIEDRA?


La Carta del Papa a los católicos de Irlanda ha sido escrita con sangre y lágrimas. En mis 36 años largos de sacerdocio, nunca había leído conceptos tan desgarradores como los de Benedicto XVI, expresando su dolor por lo sucedido en una parte de la Iglesia Católica. El Papa se manifiesta “profundamente consternado” y comparte “la desazón y el sentimiento de traición” por “los actos pecaminosos y criminales” cometidos por algunos clérigos y por “el modo en que fueron afrontados por las autoridades de la Iglesia en Irlanda”.

Dice a las víctimas de los abusos: “vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad” y por eso expresa “abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos”. A quienes cometieron esos actos les advierte severamente: “Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios Todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros semejantes”.

Con la misma claridad y dolor se dirige a los obispos: “algunos de vosotros y de vuestros predecesores han fracasado, a veces lamentablemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones”.

La Carta de Benedicto XVI debe leerse completa, de cabo a rabo, y debe ser meditada en profundidad y en nombre propio: en una primera aproximación porque, como dice con razón el refrán, “cuando las barbas de tu vecino veas cortar…”

¿Por qué en Irlanda pasó lo que pasó? Dice Benedicto XVI: “las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe y la hacen crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales se dejaron, con frecuencia, de lado”. También se refiere a “los procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, la insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados”.

Tampoco son exclusivos para la Iglesia que está en Irlanda, los remedios que propone para superar la crisis: “os animo a redescubrir el sacramento de la Reconciliación y a utilizar con más frecuencia el poder transformador de su gracia. Hay que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en cada diócesis debe haber iglesias o capillas específicamente dedicadas a ello”.

Benedicto XVI pide a los obispos: “En particular, preocupaos por la vida espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la llama de su amor por Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas”. Con palabras de San Agustín, les recuerda que, para los fieles, “sois un obispo, y sin embargo, con ellos estáis llamados a ser un discípulo de Cristo”. Y es el Papa, en primer lugar, quien así se considera: conmueve leer el final de la Carta, cuando se despide de los irlandeses “con la atención que un padre presta a sus hijos y el afecto de un cristiano como vosotros, escandalizado y herido por lo que ha ocurrido en nuestra querida Iglesia”.

La Carta a los irlandeses, escrita con sangre y lágrimas, es una invitación implícita a hacer el propio examen de conciencia en cada Iglesia. El Papa la firmó el 19 de marzo. Dos días más tarde, quinto Domingo de Cuaresma, leímos el episodio de la mujer adúltera y las palabras ejemplares y estremecedoras de Jesús: “Quien no tenga pecado, tírele la primera piedra”.

1 comentario:

Manina dijo...

Impresionante la carta del Papa, de lujo sus comentarios, el anterior y éste. Igualmente le recomiendo esta entrada en un blog que me parece excelente
http://pensarporlibre.blogspot.com/2010/03/panico-moral.html
Gracias Padre Jaime, muchos saludos,

Manina