miércoles, 11 de noviembre de 2009

UN POCO DE BONDAD (1)


Hace tres días falleció el Padre Ramón, dominico, a los 90 años, y he sentido un poco de envidia al escuchar unánimes comentarios como éstos, con mínimas variaciones: "¡qué bueno que era!", "¡era buenísimo!", "¡qué hombre tan bueno!"... Entonces me vino a la memoria este capítulo de VASIJA DE BARRO, con el título incluido, que entrego en dos veces. Me hizo bien repasarlo...


Ya debería haber llegado Joe Heims (trabaja en turno de tarde) a dar su clase bisemanal. Mientras le espero, tamborileando con los dedos, me viene a la memoria el recuerdo de la primera visita que me hizo. No se atrevía a decirme que quería hacerse católico. Aunque lo era su madre, a él no lo bautizaron. Creía que ya era hora de hacerlo.
Hablando con él de unas y otras cosas, haciendo lo posible para que se encontrara a gusto, supe que vivía a varias millas de distancia, en otra parroquia. Entonces, ¿por qué venía a la mía? “Pues, sí –explicó Joe-, he estado queriendo hablar con un sacerdote desde hace algún tiempo y me sentía como asustado. Hace unos días, estando con Charlie Ort en su surtidor de gasolina, me dijo que a usted se le abordaba fácilmente y que nunca se enfadaba con nadie. Por eso me decidí a verle”.
Cerré mis ojos en una súbita pero ferviente acción de gracias por no conocerme Charlie tan bien como supone. Desde entonces Joe y yo nos entendemos de primera.
Mientras seguía esperándole volví a dar vueltas en mi cabeza a la importancia que tiene un poco de bondad. Es, como la mostaza evangélica, una semilla pequeñísima y cuyas ramas llegan a extenderse tan lejos. Cada vez más, al paso de los años, a medida que me enredo en la red de la rutina y las pequeñeces, mis sueños juveniles de ser un verdadero misionero en el trabajo se han ido, poco a poco, desvaneciendo. A medida que se me va haciendo más costoso ir a casa de alguien, me he ido escudando en el pretexto de que soy un sacerdote al que, impulsado por la gracia, sin miedo y confiadamente, deben venir los demás. Tomo, pues, de nuevo la resolución de rezar con más perseverancia para conservar la amabilidad y estar vigilante contra cualquier fracaso.
Tan fácil resulta caer. Tan fácil pagar con los monaguillos el mal humor de la mañana. Tan fácil tomarla con los niños que, corriendo por el pasillo y jugando, chillan cerca de mi ventana y turban mi reposo. Tan fácil ser bruscos cuando suena el teléfono, a una hora intempestiva, para hacer una pregunta que se contestó en las advertencias del domingo pasado. Tan fácil desahogarse con una feligresa chismosa, al saber que han puesto públicamente en duda mi infalibilidad. Tan fácil desesperarse contra el presidente de la Hermandad, cuya irresponsable juventud ha echado por tierra un proyecto mimado. Tan fácil mandar a su sitio al testarudo presidente de la Junta Parroquial que se muestra demasiado arrogante en su ignorancia…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiene mucha razón; espero la segunda parte, gracias.

Natalia dijo...

Un grande el Padre Ramón.
Siempre recordaré, su constante buen humor a pesar de sus achaques, su fe que se podía "tocar" (le escuché contar su propia experiencia de la guerra civil española cuando estando en el Seminario vio morir mártires a varios de sus compañeros) y sus largas horas en el confesionario...

Seguramente desde el Cielo seguirá rezando por nuestro clero oriental...