Más que la fecha exacta (2 de abril de 2005), me gusta recordar que Juan Pablo II falleció en la víspera del segundo domingo de Pascua de 2005, que vamos a celebrar mañana. Me gusta recordarlo porque fue él quien, en el año 2000, dispuso que ese domingo, el segundo de este tiempo precioso que es el tiempo pascual (¡Jesús Resucitado es fascinante!), comenzara a denominarse en la Iglesia, "Domingo de la Misericordia Divina". Y fue entonces, poco después de participar lúcidamente en la Misa de ese domingo, celebrada a los pies de su cama por su secretario, don Estanislao, cuando se cumplió el deseo que Juan Pablo II había manifestado tenuemente y amorosamente en su agonía: "Déjenme partir a la casa del Padre".
Creo que si algo necesita hoy el mundo es la misericordia infinita de Dios: ¿es necesario enumerar los motivos?... Sólo quisiera recordar lo que el Papa decía un año antes de irse al cielo: "celebramos el domingo de la Misericordia divina. El Señor nos envía también a nosotros a llevar a todos su paz, fundada en el perdón y en la remisión de los pecados. Se trata de un don extraordinario, que quiso unir al sacramento de la penitencia y de la reconciliación. ¡Cuánta necesidad tiene la humanidad de experimentar la eficacia de la misericordia de Dios en estos tiempos, marcados por una incertidumbre creciente y por conflictos violentos!".
Y el año anterior había invocado especialmente a la Virgen "como Madre de la Misericordia divina, orando por toda la familia humana, conscientes de que sólo en la misericordia de Dios el mundo puede encontrar la paz".
Desde entonces hasta hoy, me parece que cada día aumentan los motivos para rezar más y con mayor devoción la Salve.
Creo que si algo necesita hoy el mundo es la misericordia infinita de Dios: ¿es necesario enumerar los motivos?... Sólo quisiera recordar lo que el Papa decía un año antes de irse al cielo: "celebramos el domingo de la Misericordia divina. El Señor nos envía también a nosotros a llevar a todos su paz, fundada en el perdón y en la remisión de los pecados. Se trata de un don extraordinario, que quiso unir al sacramento de la penitencia y de la reconciliación. ¡Cuánta necesidad tiene la humanidad de experimentar la eficacia de la misericordia de Dios en estos tiempos, marcados por una incertidumbre creciente y por conflictos violentos!".
Desde entonces hasta hoy, me parece que cada día aumentan los motivos para rezar más y con mayor devoción la Salve.
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