
Uruguay necesita sacerdotes, formados a la medida del Corazón de Jesús. Sacerdotes entregados, piadosos, ilustrados, optimistas; sacerdotes formados según el modelo de nuestro primer santo obispo, monseñor Jacinto Vera. En nuestras manos está el alma del Uruguay que queremos.
jueves, 30 de julio de 2009
LEÑA DE MONTE

martes, 28 de julio de 2009
NEWMAN, MAESTRO (3). LA PREDICACIÓN y 3

jueves, 23 de julio de 2009
NEWMAN, MAESTRO (2). LA PREDICACIÓN-2

miércoles, 22 de julio de 2009
NEWMAN, MAESTRO (1). LA PREDICACIÓN-1


“En cuanto al asunto de escribir o pronunciar sermones a que haces referencia, el gran punto parece ser tener ante ti bien determinado el tema; pensar sobre él hasta que lo tengas en tu cabeza perfectamente, tener cuidado que sea un tema, no muchos; sacrificar cualquier pensamiento, aunque sea bueno e inteligente, que no tienda a recalcar tu único tema y busque seria y sumamente que los oyentes se den cuenta cabal de ese tema único. (…) Cada uno debe formar por sí mismo su propio estilo y bajo unas pocas reglas generales, algunas de las cuales ya he mencionado. Primero, un hombre debe hablar con la mayor seriedad, quiero decir, debe escribir, no por el hecho de escribir, sino para sacar a luz sus pensamientos. Jamás debe buscar ser elocuente. Debe tener su idea en vista y escribir oraciones una y otra vez hasta que haya expresado su pensamiento adecuadamente, enérgicamente y en pocas palabras. Debe usar palabras que se entiendan; ornamentación y amplificación podrán venir espontáneamente al debido tiempo pero nunca debe buscarlas. Debe arrastrarse antes de volar, quiero decir: la humildad, que es un gran virtud cristiana, tiene un lugar en la composición literaria. Aquel que es ambiguo nunca escribirá bien. Pero el que trata de decir simple y exactamente lo que siente o piensa, lo que demanda la religión, lo que enseña la fe, lo que promete el Evangelio, será elocuente sin intentarlo, y escribirá mejor inglés que si hubiera estudiado literatura inglesa”. (En “Newman sacerdote”, por Fernando M. Cavaller, en Newmaniana, n. 32, Abril 2001).
domingo, 19 de julio de 2009
EL APLAUSO QUE FALTÓ

Cuando entró en la Catedral la procesión de monaguillos (encantadoras sotanitas rojas y sobrepellices), seguidos de los seminaristas, los diáconos, los presbíteros y los obispos, resonó el primer aplauso lleno de calor. El segundo lo recibió, al terminar de hablar, el sacerdote que dio la bienvenida a monseñor Beto en nombre de los “curas” –así dijo- de la diócesis. La religiosa que habló a continuación, representando a religiosas y consagradas, descolgó el tercero. Después tomó el micrófono una señora que, en nombre de los laicos de la diócesis, explicó que habían rezado por el nuevo obispo, aun antes de saber quién era, y con qué cariño lo recibían como Pastor que Dios les enviaba. Me arrepiento de no haber anotado sus palabras, porque salieron de su corazón con un sello de calidad sobrenatural que mereció, naturalmente, un cerrado aplauso.
Llegó el momento de la homilía, que fue el momento de monseñor Cáceres, el “obispo emérito entre los eméritos”, como él mismo se definió hace un tiempo. Lo cual es verdad, pero más lo es que monseñor Cáceres predica como ninguno: doctrina, piedad, emoción; modulación, carácter… y ninguna concesión a una vanidad que parecería justificada: no hizo ni una sola mención a sí mismo. En cambio, leyó una carta que monseñor Del Castillo –quinto aplauso- obispo emérito de la diócesis, dirigió a su querida diócesis. Al terminar la homilía citando a San Juan Crisóstomo (“Jesús, cuida a mi pueblo”, rogaba el santo cuando marchaba al destierro; “pueblo, cuida a mi Jesús”, pedía a sus fieles), enorme aplauso para monseñor Cáceres, que dirigía a todos esa petición que nos llega desde el siglo IV (y van seis).
Después llegó el momento de la lectura del decreto de Benedicto XVI con el nombramiento del nuevo obispo de Melo (séptimo aplauso), de la firma del documento y de la entrega del báculo por parte del Nuncio Apostólico, monseñor Pecorari (octavo),

Si no recuerdo mal, el décimo fue para el obispo, quien al terminar la Misa agradeció a Dios y a cada uno, sin olvidar a nadie, de los que, formando parte de alguna institución o “de a pie”, por así decir, forman la Iglesia que está en los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres. Digo mal: décimo y undécimo y alguno más, porque fue interrumpido mientras hablaba.
Dos horas largas duró la ceremonia. Al retirarse la procesión en el orden en que habíamos entrado, llegó el último aplauso, tan inesperado como prolongado y fuerte y emocionado y emocionante: bastaba con mirar las caras de quienes aplaudían: hombres y mujeres de tierra adentro, personas muy sencillas que expresaban así, ¡nada menos!, que la alegría de su fe.
Desde mi punto de vista, en estricta justicia faltó un aplauso: el que siempre deberíamos dar nosotros -obispos, presbíteros y diáconos- a la gente que, a pesar de tantos pesares, aplauden porque ven en nosotros a Cristo. Está claro que nunca lo haremos, más allá de las obvias razones litúrgicas; pero lo merecen con creces.
Aunque, pensándolo un poco, creo que el mejor aplauso es que trate de servir bien a cada uno.
miércoles, 15 de julio de 2009
¡MOISÉS, MOISÉS!...

sábado, 11 de julio de 2009
A DIOS LE ENCANTA MI MUSICA...
- Me pide sinceridad total, ¿no? Pues así le hablaré. Jamás me he preocupado por el éxito, ni por el triunfo, ni por el aplauso. Todo lo que me ha ido viniendo de aceptación, por parte del público o de la crítica, lo he recibido con las mismas dosis de alegría que de humildad. Yo soy humilde de cuna y creo que soy humilde de espíritu. Y en eso no pienso cambiar. Nunca me he envanecido, ni me he endiosado. El éxito no afecta al interior de mi ser. Dicho con más crudeza: mis entrañas no saben qué es la fama. Y eso es bueno. Uno sigue siempre aguijoneado por el instinto de superación. No considero jamás que en nada de lo que hago haya llegado a la cumbre.
- Pero usted trabaja con sus partituras y su guitarra para dar esa música a otros…
- Sí, ¿y qué?
- Luego,… está buscando un eco, y que le sea favorable.
- Yo recreo la música, primero, para mi gozo solitario. Y, sólo después, para darla a oír a los demás. Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro, sea en un auditórium palaciego, o en un monasterio, o… tocando sólo para el Papa, como hice una vez en Roma para Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar . Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no sólo no busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende…, ¡se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios… He dicho “casi siempre” porque hay veces en que, por mi culpa, en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo sí.
- Y… ¿a Dios le gusta su música?
- ¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte…, mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.
viernes, 10 de julio de 2009
LA CUESTION DE LAS PRIORIDADES
viernes, 3 de julio de 2009
OIR, DUDAR, PALPAR, CREER

miércoles, 1 de julio de 2009
LUZ Y PURIFICACION

Los Obispos expresamos el profundo dolor por el grave pecado que ha dañado a la Iglesia y de manera especial a la Diócesis de Minas.
Toda la Iglesia, y en ella los pastores, debe ser luz del mundo y, al mismo tiempo, necesita permanente purificación. Esto nos exige a todos, día a día, una constante conversión y penitencia. Pedimos al Padre, rico en misericordia, que fortalezca a nuestro hermano para continuar asumiendo las consecuencias de sus actos. Y asimismo que estos hechos dolorosos no oculten la fidelidad de tantos.
Tal como hacemos cada año en Semana Santa, cuando renovamos la promesa de cumplir los deberes inherentes a nuestro ministerio, pedimos a las comunidades que oren por nosotros los Obispos y por todos los sacerdotes para que “realicemos cada día, de una manera más viva y perfecta, la imagen de Jesús Buen Pastor, Maestro y Siervo de todos”.