jueves, 30 de julio de 2009

LEÑA DE MONTE



En mi casa de Paysandú, en el living que da al jardín del fondo, hay una estufa que, en estos días polares, traga leña sin parar. Cuando empezaron los fríos se alimentaba con astillas de eucalipto, que arden enseguida con una llama llena de vida. El problema es que, así como enseguida te dan un fuego poderoso, así se consumen de rápido las astillas… Y cuestan plata.
Un amigo, generoso como son los sanduceros, sin aviso previo se presentó en casa hace unos días con una buena carga de leña en su camioneta. Me advirtió:
- Esto no es eucalipto; es leña de monte. Tenga paciencia, porque de entrada no arde como la otra. Bueno, ni de entrada ni de salida, la verdad; pero va a ver cómo calienta.
Tenía razón. A la leña de monte –troncos duros y despreocupados de la estética- le cuesta un poco arrancar, por así decir, y tengo que ayudarlos con maderitas y algunos diarios. Pero después, cuando agarró el fuego, sin hacer ningún ruido (todo lo contrario del eucalipto, que explota sin aviso) va dejando un rescoldo de rubíes que siguen ardiendo horas, y dan un calor amable que se reparte por toda la habitación, y hacen arder enseguida al tronco que viene atrás…
El clero oriental… ¡leña de monte!: creo que nos entendemos.

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