jueves, 30 de julio de 2009

LEÑA DE MONTE



En mi casa de Paysandú, en el living que da al jardín del fondo, hay una estufa que, en estos días polares, traga leña sin parar. Cuando empezaron los fríos se alimentaba con astillas de eucalipto, que arden enseguida con una llama llena de vida. El problema es que, así como enseguida te dan un fuego poderoso, así se consumen de rápido las astillas… Y cuestan plata.
Un amigo, generoso como son los sanduceros, sin aviso previo se presentó en casa hace unos días con una buena carga de leña en su camioneta. Me advirtió:
- Esto no es eucalipto; es leña de monte. Tenga paciencia, porque de entrada no arde como la otra. Bueno, ni de entrada ni de salida, la verdad; pero va a ver cómo calienta.
Tenía razón. A la leña de monte –troncos duros y despreocupados de la estética- le cuesta un poco arrancar, por así decir, y tengo que ayudarlos con maderitas y algunos diarios. Pero después, cuando agarró el fuego, sin hacer ningún ruido (todo lo contrario del eucalipto, que explota sin aviso) va dejando un rescoldo de rubíes que siguen ardiendo horas, y dan un calor amable que se reparte por toda la habitación, y hacen arder enseguida al tronco que viene atrás…
El clero oriental… ¡leña de monte!: creo que nos entendemos.

martes, 28 de julio de 2009

NEWMAN, MAESTRO (3). LA PREDICACIÓN y 3


Estamos en 1837. Newman da una serie de Conferencias sobre la Justificación. La última de ellas trata Sobre la predicación del Evangelio. En ella detecta algo muy grave... que, a la vuelta del tiempo, quizás sigue vigente.

"Un sistema de doctrina ha aparecido durante los últimos tres siglos, en el cual la fe o el pensamiento espiritual es contemplado como el fin de la religión, en vez de Cristo. Y de esta manera, se hace consistir la religión en contemplarnos a nosotros mismos, en vez de contemplar a Cristo; consiste no simplemente en mirar a Cristo, sino en asegurarse de que le miramos; no en contemplar su divinidad y su sacrificio expiatorio, sino nuestra conversión y nuestra fe en esas verdades... La moda del día es predicar la conversión, decirle a la gente que estén seguros de mirar a Cristo en vez de mostrárselo simplemente, en decirles que tengan fe, más que en suministrarles el objeto de la fe..., con el resultado de que la fe y la inclinación espiritual se han desarrollado como fines, y obstruyen la vista de Cristo". (Cit. en Newman sacerdote, de Fernando Cavaller, o.c.).

jueves, 23 de julio de 2009

NEWMAN, MAESTRO (2). LA PREDICACIÓN-2

Hoy es uno de los días más gélidos del invierno y, a causa del frío, algunos compromisos se quedaron en proyecto (¡ay la gripe!) y encuentro un tiempo inesperado para seguir con Newman, maestro de predicadores.
Confieso que, al contrario de lo que hacía en mis primeros años de sacerdocio (casi 36), cuando voy a predicar preparo un guión lo mejor que puedo y nada más: quedó atrás el tiempo en que escribía todo lo que iba a decir.
Releyendo a Newman, predicador extraordinario a quien escuchaban multitudes, encuentro una confesión suya que me ha hecho dudar... Más aún cuando recuerdo que algo similar -escribir lo que vamos a predicar- nos aconsejó Benedicto XVI a los sacerdotes...

En una carta del 13 de abril de 1869, se lee:


"Me he visto obligado a tomarme mucho trabajo con todo lo que he escrito; a menudo he escrito y reescrito capítulos enteros, aparte de innumerables correcciones de detalle y aditamentos entre líneas. No lo digo como mérito; hay personas que logran la mejor redacción a la primera, cosa que yo muy pocas veces. Cabe suponer que los buenos oradores pueden expresar por escrito su pensamiento con facilidad. Yo, que no soy un buen orador, necesito revisar y "trabajar" lo que pongo sobre un papel.
Puedo decir, no obstante, que nunca desde que era niño me he propuesto escribir bien o llegar a tener un estilo elegante. Creo que nunca he escrito por escribir. Mi único deseo y objetivo ha sido eso que es tan difícil: decir con claridad y exactitud lo que quiero decir; este ha sido el motivo de todas mis correcciones y reescrituras. A veces, al releer algo escrito un par de días antes, me ha parecido tan oscuro incluso para mí mismo que lo he desechado inmediatamente o lo he rehecho por completo. Y no he ganado en esto nada después de tantos años de práctica. Tengo que reescribir y corregir tanto ahora como hace treinta años" (Cit. en Newman, el predicador de St. Mary, de Ricardo Mauti, en Newmaniana, n. 38, 2003).

miércoles, 22 de julio de 2009

NEWMAN, MAESTRO (1). LA PREDICACIÓN-1



“Si desea una explicación de lo que le ha ocurrido, le sugiero que lo pregunte a Dios”. Este fue el consejo que recibió Jack Sullivan, diácono permanente de 70 años, de la arquidiócesis de Boston, de parte de uno de los médicos que, habiéndolo atendido durante su enfermedad degenerativa de la columna vertebral, lo encontraba curado.
Lo que ignoraba el médico era que Sullivan se había encomendado al Siervo de Dios, Cardenal John Henry Newman, y que éste, como lo ha reconocido hace menos de un mes la Congregación para las Causas de los Santos, había intercedido ante Dios por él para conseguir su curación. Se dice ahora que podría ser el propio Papa Benedicto XVi, quien siente por Newman una especial admiración, el que lo beatifique durante el Año Sacerdotal.
El 22 de enero de 2001, con motivo del segundo centenario del nacimiento de Newman (1801-1890), Juan Pablo II escribió una carta al Arzobispo de Birmingham, en la que auguraba: “Oremos para llegue pronto el tiempo en que la Iglesia pueda oficial y públicamente proclamar la santidad ejemplar del Cardenal John Henry Newman, uno de los más distinguidos y versátiles paladines de la espiritualidad inglesa”. Juan Pablo II, que también nutría una particular admiración por el Cardenal, quiso que los textos del Via Crucis de ese año fueran tomados de los escritos de Newman.
Para un sacerdote o seminarista es una “obligación” conocer a quien es considerado como uno de los “padres espirituales” del Concilio Vaticano II (entre nosotros, Daniel Iglesias ha publicado una excelente introducción a su vida y obra en la revista electrónica “Fe y Razón”) que, además de teólogo extraordinario, fue un sacerdote que cultivó como pocos el arte de la predicación. Los consejos que daba a un seminarista, después de más de 20 años de sacerdote católico, pienso que, en no poca medida, siguen teniendo validez.

“En cuanto al asunto de escribir o pronunciar sermones a que haces referencia, el gran punto parece ser tener ante ti bien determinado el tema; pensar sobre él hasta que lo tengas en tu cabeza perfectamente, tener cuidado que sea un tema, no muchos; sacrificar cualquier pensamiento, aunque sea bueno e inteligente, que no tienda a recalcar tu único tema y busque seria y sumamente que los oyentes se den cuenta cabal de ese tema único. (…) Cada uno debe formar por sí mismo su propio estilo y bajo unas pocas reglas generales, algunas de las cuales ya he mencionado. Primero, un hombre debe hablar con la mayor seriedad, quiero decir, debe escribir, no por el hecho de escribir, sino para sacar a luz sus pensamientos. Jamás debe buscar ser elocuente. Debe tener su idea en vista y escribir oraciones una y otra vez hasta que haya expresado su pensamiento adecuadamente, enérgicamente y en pocas palabras. Debe usar palabras que se entiendan; ornamentación y amplificación podrán venir espontáneamente al debido tiempo pero nunca debe buscarlas. Debe arrastrarse antes de volar, quiero decir: la humildad, que es un gran virtud cristiana, tiene un lugar en la composición literaria. Aquel que es ambiguo nunca escribirá bien. Pero el que trata de decir simple y exactamente lo que siente o piensa, lo que demanda la religión, lo que enseña la fe, lo que promete el Evangelio, será elocuente sin intentarlo, y escribirá mejor inglés que si hubiera estudiado literatura inglesa”. (En “Newman sacerdote”, por Fernando M. Cavaller, en Newmaniana, n. 32, Abril 2001).

domingo, 19 de julio de 2009

EL APLAUSO QUE FALTÓ

Ayer tomó posesión de la diócesis de Melo su flamante obispo, Mons. Heriberto Beaudeant, en el transcurso de una Misa que, desde el principio hasta el fin, fue un enorme aplauso. Aunque faltó uno.
Cuando entró en la Catedral la procesión de monaguillos (encantadoras sotanitas rojas y sobrepellices), seguidos de los seminaristas, los diáconos, los presbíteros y los obispos, resonó el primer aplauso lleno de calor. El segundo lo recibió, al terminar de hablar, el sacerdote que dio la bienvenida a monseñor Beto en nombre de los “curas” –así dijo- de la diócesis. La religiosa que habló a continuación, representando a religiosas y consagradas, descolgó el tercero. Después tomó el micrófono una señora que, en nombre de los laicos de la diócesis, explicó que habían rezado por el nuevo obispo, aun antes de saber quién era, y con qué cariño lo recibían como Pastor que Dios les enviaba. Me arrepiento de no haber anotado sus palabras, porque salieron de su corazón con un sello de calidad sobrenatural que mereció, naturalmente, un cerrado aplauso.
Llegó el momento de la homilía, que fue el momento de monseñor Cáceres, el “obispo emérito entre los eméritos”, como él mismo se definió hace un tiempo. Lo cual es verdad, pero más lo es que monseñor Cáceres predica como ninguno: doctrina, piedad, emoción; modulación, carácter… y ninguna concesión a una vanidad que parecería justificada: no hizo ni una sola mención a sí mismo. En cambio, leyó una carta que monseñor Del Castillo –quinto aplauso- obispo emérito de la diócesis, dirigió a su querida diócesis. Al terminar la homilía citando a San Juan Crisóstomo (“Jesús, cuida a mi pueblo”, rogaba el santo cuando marchaba al destierro; “pueblo, cuida a mi Jesús”, pedía a sus fieles), enorme aplauso para monseñor Cáceres, que dirigía a todos esa petición que nos llega desde el siglo IV (y van seis).
Después llegó el momento de la lectura del decreto de Benedicto XVI con el nombramiento del nuevo obispo de Melo (séptimo aplauso), de la firma del documento y de la entrega del báculo por parte del Nuncio Apostólico, monseñor Pecorari (octavo), que a continuación dirigió unas palabras a monseñor Beto (noveno aplauso).
Si no recuerdo mal, el décimo fue para el obispo, quien al terminar la Misa agradeció a Dios y a cada uno, sin olvidar a nadie, de los que, formando parte de alguna institución o “de a pie”, por así decir, forman la Iglesia que está en los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres. Digo mal: décimo y undécimo y alguno más, porque fue interrumpido mientras hablaba.
Dos horas largas duró la ceremonia. Al retirarse la procesión en el orden en que habíamos entrado, llegó el último aplauso, tan inesperado como prolongado y fuerte y emocionado y emocionante: bastaba con mirar las caras de quienes aplaudían: hombres y mujeres de tierra adentro, personas muy sencillas que expresaban así, ¡nada menos!, que la alegría de su fe.
Desde mi punto de vista, en estricta justicia faltó un aplauso: el que siempre deberíamos dar nosotros -obispos, presbíteros y diáconos- a la gente que, a pesar de tantos pesares, aplauden porque ven en nosotros a Cristo. Está claro que nunca lo haremos, más allá de las obvias razones litúrgicas; pero lo merecen con creces.
Aunque, pensándolo un poco, creo que el mejor aplauso es que trate de servir bien a cada uno.

miércoles, 15 de julio de 2009

¡MOISÉS, MOISÉS!...


Esta mañana, al leer en la Misa el diálogo magnífico entre Dios y Moisés, me acordé de Guillermo, de su vocación...

Un día, hace ya un montón de años, nos encontramos en la parroquia "San José Obrero", de Paysandú. Hablando de todo un poco en la entrada de la iglesia, le pregunté a Guillermo, que acababa de ingresar en el seminario, cómo había descubierto su vocación. Me respondió:

- Tendría que decirle como a Moisés: "Sácate las sandalias de los pies, porque ese lugar es tierra sagrada".

Su respuesta me sorprendió.

- ¿De qué lugar estás hablando?

- ¡De esa baldosa, precisamente, donde usted está parado!

Me aparté entonces, respetuosamente... Guillermo continuó:

- Fue ahí, y fue una Hermana la que me llamó, es decir, Dios me llamó por medio de ella. Era una Hermana brasilera, que estuvo un tiempo trabajando en la parroquia. Un día, ahí mismo, me dijo: "Guiliermo, ¿vocè no ha pensado ser sacerdote?"... Lo dijo así, entreverado, en portuñol... y bueno, empecé a pensarlo...

Leía esta mañana: "Vio el Señor que Moisés se acercaba a mirar y lo llamó de entre la zarza". Uno se encuentra todos los días con muchachos que miran... y a lo mejor (a lo peor, en realidad)no encuentran en mí el celo de una Hermana brasileña... Hago el propósito de imitarla: Guillermo ya es sacerdote.

sábado, 11 de julio de 2009

A DIOS LE ENCANTA MI MUSICA...

Esta mañana estuve releyendo una preciosa entrevista que Pilar Urbano le hizo a Narciso Yepes en 1988, cuando estaba en la cumbre de su fama. Reproduzco aquí algo de lo que él declaró: me ha hecho pensar... Después de leerlo, los invito a disfrutar unos minutos escuchando a Yepes, que se nos fue en 1997, con sólo 70 años: creo que ya estaba maduro para irse al Cielo.
- Narciso, dígame una cosa con toda sinceridad. ¿Qué es el triunfo para usted?
- Me pide sinceridad total, ¿no? Pues así le hablaré. Jamás me he preocupado por el éxito, ni por el triunfo, ni por el aplauso. Todo lo que me ha ido viniendo de aceptación, por parte del público o de la crítica, lo he recibido con las mismas dosis de alegría que de humildad. Yo soy humilde de cuna y creo que soy humilde de espíritu. Y en eso no pienso cambiar. Nunca me he envanecido, ni me he endiosado. El éxito no afecta al interior de mi ser. Dicho con más crudeza: mis entrañas no saben qué es la fama. Y eso es bueno. Uno sigue siempre aguijoneado por el instinto de superación. No considero jamás que en nada de lo que hago haya llegado a la cumbre.
- Pero usted trabaja con sus partituras y su guitarra para dar esa música a otros…
- Sí, ¿y qué?
- Luego,… está buscando un eco, y que le sea favorable.
- Yo recreo la música, primero, para mi gozo solitario. Y, sólo después, para darla a oír a los demás. Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro, sea en un auditórium palaciego, o en un monasterio, o… tocando sólo para el Papa, como hice una vez en Roma para Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar . Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no sólo no busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende…, ¡se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios… He dicho “casi siempre” porque hay veces en que, por mi culpa, en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo sí.
- Y… ¿a Dios le gusta su música?
- ¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte…, mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.

viernes, 10 de julio de 2009

LA CUESTION DE LAS PRIORIDADES

Encontré en Youtube varios videos sobre el Año Sacerdotal: aquí reproduzco uno de ellos, con declaraciones del Cardenal Paul Pouppard.
También vino a mi memoria que, el Jueves Santo de 1986, Juan Pablo II dedicó al Cura de Ars la carta que escribía siempre, en esa fecha, a los sacerdotes. Se cumplía entonces el segundo centenario del nacimiento de san Juan María Vianney y tenía mucho que decirnos... Por ejemplo: "Frecuentemente, por desgracia, los penitentes no se presentan con fervor al confesionario como en los tiempos del Cura de Ars. Ahora bien, donde haya muchas personas que por diversas razones parecen abstenerse totalmente de la confesión, se hace urgente una pastoral del sacramento de la reconciliación, que ayude a los cristianos a redescubrir las exigencias de una verdadera relación con Dios, el sentido del pecado que nos cierra a Dios y a los hermanos, la necesidad de convertirse y de recibir, en la Iglesia, el perdón como un don gratuito del Señor, y también las condiciones que ayuden a celebrar mejor el sacramento, superando así los prejuicios, los falsos temores y la rutina. Una situación de este tipo requiere al mismo tiempo que estemos muy disponibles para este ministerio del perdón, dispuestos a dedicarle el tiempo y la atención necesarios, y, diría también, a darle la prioridad sobre otras actividades".


viernes, 3 de julio de 2009

OIR, DUDAR, PALPAR, CREER


Cuando llega cada año la fiesta de santo Tomás Apóstol, siento una alegría grande, causada por este segundo y definitivo anuncio de que Jesús, a quien sigo y en quien creo y sin el cual nada tiene sentido, vive para siempre y me ve aunque yo no perciba tantas veces su mirada, y me llama por mi nombre como llamó a Tomás, y me reprocha con su divino cariño, que estremece. Leo entonces lo que escribió san Gregorio y cada año me parece más genial que el anterior, no sé por qué será, y no resisto la tentación de copiarlo:

"¿Creen acaso que todas aquellas cosas sucedieron porque sí?: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?... Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe".

miércoles, 1 de julio de 2009

LUZ Y PURIFICACION

La Conferencia Episcopal Uruguaya ha comunicado que el Santo Padre aceptó la renuncia a la diócesis de Minas que, según lo señalado en el canon 401 & 2, le había presentado mons. Francisco Barbosa. Esa disposición del Código de Derecho Canónico dice así: " Se ruega encarecidamente al Obispo diocesano que presente la renuncia de su oficio si por enfermedad u otra causa grave quedase disminuida su capacidad para desempeñarlo".

Comunican también los obispos que el Papa nombró a mons. Rodolfo Wirz, Obispo de Maldonado-Punta de Este, Administrador Apostólico de Minas. Y agregan unas consideraciones que reclaman serena meditación:

Los Obispos expresamos el profundo dolor por el grave pecado que ha dañado a la Iglesia y de manera especial a la Diócesis de Minas.

Toda la Iglesia, y en ella los pastores, debe ser luz del mundo y, al mismo tiempo, necesita permanente purificación. Esto nos exige a todos, día a día, una constante conversión y penitencia. Pedimos al Padre, rico en misericordia, que fortalezca a nuestro hermano para continuar asumiendo las consecuencias de sus actos. Y asimismo que estos hechos dolorosos no oculten la fidelidad de tantos.

Tal como hacemos cada año en Semana Santa, cuando renovamos la promesa de cumplir los deberes inherentes a nuestro ministerio, pedimos a las comunidades que oren por nosotros los Obispos y por todos los sacerdotes para que “realicemos cada día, de una manera más viva y perfecta, la imagen de Jesús Buen Pastor, Maestro y Siervo de todos”.