jueves, 14 de octubre de 2010

¡CHI-CHI-CHI... LE-LE-LE!...

Los chilenos lloran de emoción y con ellos lloramos en todo el mundo. Los mineros han rezado en las entrañas de la tierra y, al salir de ella, no pocos se han arrodillado a dar gracias a Dios. Los invito a rezar, meditándololas, estas estrofas del salmo 139.





“Señor, Tú me examinas y me conoces.
Tú sabes cuándo me siento y me levanto.
Penetras desde lejos mis pensamientos…

¿Adónde alejarme de tu espíritu?
¿Adónde huir de tu presencia?
Si subo al cielo, allí estás Tú;
si bajo hasta el seol, allí te encuentras.
Si monto en las alas de la auroa
y habito en los confines del mar,
también allí me guiará tu mano,
me sujetará tu diestra…

Si digo: “que al menos me cubran las tinieblas
y la luz se haga noche en tono a mí!”.
Tampoco las tinieblas son para ti oscuras,
pues la noche brilla como el día;
las tinieblas, como la luz.

Tú has formado mis entrañas,
me has plasmado en el vientre de mi madre.
Te doy gracias porque me has hecho como un prodigio:
tus obras son maravillosas, bien lo sabe mi alma.

No se te ocultaban mis huesos
cuando en secreto iba yo siendo hecho,
cuando era formado en lo profundo de la tierra.

¡Qué profundos son para mí,
tus pensamientos, Dios mío, qué grande su número!”