Ayer de tarde, cuando estaba en el confesonario, se acercó una señora para decirme: - ¿Escuchó lo que dijo el Papa esta mañana? – No, le respondí. Y ella, que lo había visto en televisión, comentó en la rejilla: - Bueno, pero está en la línea, ¡gracias! Y se fue.
Esta mañana, yendo al sitio del Vaticano (www.vatican.va), entendí a la señora. El Papa habló una vez más sobre los sacerdotes y, en concreto, de la misión de santificar que tenemos en la Iglesia. Entre otras muchas cosas que hay que leer y meditar dijo:
Esta mañana, yendo al sitio del Vaticano (www.vatican.va), entendí a la señora. El Papa habló una vez más sobre los sacerdotes y, en concreto, de la misión de santificar que tenemos en la Iglesia. Entre otras muchas cosas que hay que leer y meditar dijo:
En las últimas décadas, se han dado tendencias orientadas a hacer prevalecer, en la identidad y en la misión del sacerdote, la dimensión del anuncio, separándola de la santificación; a menudo se ha afirmado que sería necesario superar una pastoral meramente sacramental. Pero, ¿es posible ejercer auténticamente el Ministerio sacerdotal “superando” la pastoral sacramental? ¿Qué significa en realidad para los sacerdotes evangelizar, en qué consiste la así llamada “primacía del anuncio”? Como se lee en el Evangelio, Jesús afirma que el anuncio del Reino de Dios es la finalidad de su misión; este anuncio, sin embargo, no es sólo un “discurso”, sino que incluye, al mismo tiempo, su mismo actuar; los signos, los milagros que Jesús hace, indican que el Reino viene como una realidad presente y que coincide al final en su misma persona, con el don de sí. Y lo mismo vale para el ministro ordenado: él, el sacerdote, representa a Cristo, el Enviado del Padre, continúa su misión mediante la “palabra” y el “sacramento”, en esta totalidad de cuerpo y alma, de signo y palabra. (…) Es necesario reflexionar si en algunos casos, el haber infravalorado el ejercicio fiel del munus sanctificandi, no habrá quizás representado un debilitamiento de la misma fe en la eficacia salvífica de los sacramentos y, en definitiva, en el obrar actual de Cristo y de su Espíritu, a través de la Iglesia, en el mundo.
Es importante promover una catequesis adecuada para ayudar a los fieles a comprender el valor de los sacramentos, pero es también necesario, siguiendo el ejemplo del Santo Cura de Ars, estar disponibles, ser generosos y estar atentos para dar a los hermanos el tesoro de la gracia que Dios ha puesto en nuestras manos y del cual no somos los “patrones”, sino custodios y administradores. Sobre todo en nuestro tiempo, en el cual por una parte parece que la fe se va debilitando y, por otra, emerge una profunda necesidad y una difundida búsqueda de espiritualidad, es necesario que cada sacerdote recuerde que, en su misión, el anuncio misionero y el culto y los sacramentos nunca pueden estar separados, y que promueva una sana pastoral sacramental, para formar al Pueblo de Dios y ayudarlo a vivir en plenitud la Liturgia, el culto de la Iglesia, los sacramentos como dones gratuitos de Dios, actos libres y eficaces de su acción de salvación.
(…) Cada presbítero sabe bien que es un instrumento necesario para la actuación salvífica de Dios, pero siempre y sólo instrumento. Esta conciencia debe hacerlo humilde y generoso en la administración de los sacramentos, en el respeto de las normas canónicas, pero también en la profunda convicción de que la propia misión es hacer que todos los hombres, unidos a Cristo, puedan ofrecerse a Dios como hostia viva y santa agradable a Él (cfr. Rm 12, 1).
Acerca de la primacía del munus sanctificandi y de la justa interpretación de la pastoral sacramental, es una vez más san Juan María Vianney, quien nos da ejemplo. Un día, frente a un hombre que decía que no tenía fe y deseaba discutir con él, el párroco le respondió: “¡Oh, amigo mío!, está mal encaminado, yo no sé razonar… pero si tiene necesidad de algún consuelo, vaya allá (su dedo indicaba el inexorable asiento (del confesonario) y créame, muchos se han puesto antes que usted y no se arrepintieron” (cfr. Monnin A., Il Curato d'Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol. i, Torino 1870, pp. 163-164).
Acerca de la primacía del munus sanctificandi y de la justa interpretación de la pastoral sacramental, es una vez más san Juan María Vianney, quien nos da ejemplo. Un día, frente a un hombre que decía que no tenía fe y deseaba discutir con él, el párroco le respondió: “¡Oh, amigo mío!, está mal encaminado, yo no sé razonar… pero si tiene necesidad de algún consuelo, vaya allá (su dedo indicaba el inexorable asiento (del confesonario) y créame, muchos se han puesto antes que usted y no se arrepintieron” (cfr. Monnin A., Il Curato d'Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol. i, Torino 1870, pp. 163-164).
Queridos sacerdotes, vivid con alegría y amor la Liturgia y el culto: es acción que el Resucitado cumple con la fuerza del Espíritu Santo en nosotros y por nosotros. Quisiera renovar la invitación que hice recientemente a “volver al confesonario, como lugar en el cual se celebra el sacramento de la Reconciliación, pero también como lugar en el que se está más a menudo para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia Divina, junto a la Presencia real en la Eucaristía” (Discurso a la Penitenciaría Apostólica, 11 marzo 2010).
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