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sábado, 21 de agosto de 2010

COSAS QUE PASAN--COSAS QUE QUEDAN


Hace un par de semanas el correo me trajo un sobre con sellos del Vaticano, que no esperaba. Contenía un ejemplar del libro que está en la foto: una de las "100 historias en blanco y negro, contadas a todo color por sus protagonistas", era mía.

Ya me había olvidado de que, durante el Año Sacerdotal, el sitio Catholic.net había organizado un concurso de historias protagonizadas por sacerdotes y contadas por ellos, que hablaran por sí mismas de quiénes somos y qué hacemos los curas. Al concurso se presentaron casi mil de estas historias, y los organizadores seleccionaron y publicaron cien, provenientes de lugares tan exóticos como Sri Lanka... o Uruguay. Esta es la que yo envié al concurso y aparece en el libro. (Se puede adquirir en http://stores.lulu.com/100historias).




POR LAS CALLES DE MONTEVIDEO

Un día de verano cualquiera, hace un montón de años, a las tres y media de la tarde la señora Manuela salió de su casa para ir a visitar a doña Dolores, una anciana amiga suya, ciega y paralítica. En Navidad habían hablado por teléfono y la señora Manuela le había prometido que iría a verla a la residencia.

Aquella misma tarde, poco después de las cinco, yo estaba en el cruce de Instrucciones y Camino Mendoza, en Montevideo, y debía predicar un retiro a las seis cerca de los Portones de Carrasco: en otras palabras, tenía que cruzar la ciudad de punta a punta. Subí al auto y, fiado del instinto, empecé un recorrido que, desconociendo bastante el entrevero de calles, calculé que me llevaría unos tres cuartos de hora.

Aunque el calor no invitaba a salir de casa, la señora Manuela se sobrepuso y fue a tomar el ómnibus a la parada de la avenida 8 de Octubre. Su amistad con doña Dolores había empezado al poco tiempo de conocerse en el “Club de las Abuelas”, al que había ingresado después de enviudar, dos años atrás. ¡Qué buenos ratos pasan en el Club!: las abuelas juegan a las cartas, cosen, conversan de mil cosas, comparten experiencias… Doña Dolores le tiene especial cariño a Manuela, que con sus 66 años –bastantes menos que ella- nunca parece cansada y le hace favores, le ordena el cuarto y, sobre todo, la acompaña.

Hoy en día, el GPS facilita mucho llegar a destino por el camino más corto, pero entonces no se había inventado. Fui tanteando el recorrido según me parecía. Las cosas iban bien hasta que tropecé con la avenida Belloni sometida a arreglos y con carteles varios: “calle cortada”, “desvío”, “calle cerrada”… Llegó un momento en que empecé a dar vueltas casi sin orientación.

La señora Manuela alegró a doña Dolores durante casi dos horas. La puso al corriente de su familia, de la hija menor, con quien vivía, y de sus nietos. Hablaron del tiempo, de la salud, del futuro, de lo humano y de lo divino. Doña Dolores estaba realmente contenta de la visita. Se despidieron “hasta pronto”; “hasta pronto y ¡muchas gracias!”. La señora Manuela se dirigió hacia la parada para tomar el ómnibus de vuelta a su casa.

Finalmente, reencontré la avenida Belloni, varias cuadras más allá, a la altura de la parroquia “Santa Gema”. Estaba bastante impaciente porque los desvíos me harían empezar tarde al retiro. Eran las seis y cuarto cuando llegué a 8 de Octubre. Detuve la marcha. A cualquier hora, pero más a media tarde, hay que tener cuidado: primero, mirar a la izquierda y después a la derecha. Entonces… ¡no, no puede ser!... Atropellada por un ómnibus, mientras estaba en medio de la avenida, una mujer vuela por los aires y cae sobre el pavimento. Bajé del auto y corrí hasta ella. Fui el primero en llegar. De rodillas en la calle, le di la absolución. Ella hizo un leve movimiento que no pudieron ver los que enseguida se acercaron, horrorizados y seguros de que estaba muerta.

Llegué a mi destino con el corazón desbocado y, en lo más íntimo del alma, dándome cuenta de que aquella demora, aquel perderme por las calles desconocidas, había sido “previsto”con total exactitud: ni un minuto antes ni uno después, tenía que encontrarme en aquel lugar con la señora Manuela.

Días más tarde, cuando pude ponerme en contacto con su hija, lo confirmé. Supe entonces que Manuela le pedía muchas veces a Dios no sufrir en su muerte, porque no quería que los suyos sufrieran por ella. Y supe también que solía ir a la Gruta de Lourdes, para pedirle sencillamente a la Virgen: “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.







martes, 19 de enero de 2010

DISFRUTAR PARA SIEMPRE


En Montevideo, en la esquina de Bulevar Artigas y una calle poco conocida, Caribes, a dos cuadras de Garibaldi, hay un edificio que pasa casi desapercibido: es de ladrillo visto blanqueado, de una planta, y a la fachada que da a Bulevar, hace poco tiempo se le añadió otro piso.
La entrada es por Caribes, mediante una rampa pensada para personas que tienen dificultades para caminar, es decir, casi todas las que viven en esa casa. Se trata del Hogar Sacerdotal, lugar de destino de los sacerdotes uruguayos enfermos y de los ya retirados. El Hogar está bajo el patrocinio de Monseñor Jacinto Vera, primer obispo uruguayo al que esperamos ver pronto beatificado.
Era razonable pensar que el P. José Bonifacino (conocido por “Pepe” en todas partes y por todos) podría disfrutar un día del calor de familia unida que se vive en la casa (a las religiosas que atienden el Hogar les cabe, en este sentido, un papel de primera importancia imposible de agradecer). Estoy seguro de que su disfrute no hubiera sido nunca pasivo, sino que lo imagino dándole sabor a mate a mil historias sacerdotales que, al compartirlas con otros hermanos, serían la expresión exacta del orgullo bueno del sacerdote que ha sido fiel.
“Pepe” Bonifacino trabajó mucho por el Hogar Sacerdotal: juntó dinero para su sostenimiento y ampliación, se preocupó de la administración de los fondos y, sobre todo, de la atención esmerada de los sacerdotes que viven en esa casa. Y hete aquí que, cuando no era razonable esperarlo porque le faltaban un montón de años para retirarse, un cáncer fulminante se lo llevó ayer al Cielo.
Me viene al recuerdo la homilía que pronunció en la fiesta del Cura de Ars de hace tres o cuatro años, en la Misa que concelebramos todos los sacerdotes. Habló con emoción de san Juan María Vianney, de su vida de oración, de su entrega… Dejó en todos un sabor a autenticidad, muy valioso. Desprendido del trabajo por el Hogar, que no disfrutó, “Pepe” se nos fue en este Año Sacerdotal que estamos celebrando en todo el mundo. Toda una enseñanza la de “Pepe”, a quien no le gustaba enseñar sino compartir.

viernes, 2 de octubre de 2009

2 de octubre, cumpleaños del Opus Dei

Hoy, fiesta de los santos Ángeles Custodios, el Opus Dei cumple 81 años: fue el 2 de octubre de 1928 cuando Josemaría Escrivá de Balaguer, un joven sacerdote secular de 26 años, mientras hacía los Ejercicios Espirituales de la diócesis de Madrid, vio con una extraordinaria claridad divina que debía abrir en la Iglesia un camino de santidad para quienes viven en el mundo: santificando el trabajo, santificándose en el trabajo y santificando a los demás con su trabajo.
El “trabajo profesional” del sacerdote es su ministerio sacerdotal… ¿Puede encontrar en él el modo de llegar a la santidad?
San Josemaría, que fue canonizado el 6 de octubre de 2002, lo consiguió. En este “Año Sacerdotal”, sus propias experiencias y enseñanzas, dirigidas más específicamente a los sacerdotes seculares, pueden dar pie a muchos ratos de meditación.
En el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer está recogida la entrevista Espontaneidad y pluralismo en el Pueblo de Dios, publicada en su día en la revista “Palabra”.
En el volumen Amar a la Iglesia se encuentran tres meditaciones suyas sobre esa, su su pasión dominante: Lealtad a la Iglesia, El fin sobrenatural de la Iglesia y Sacerdote para la eternidad.
Le pido a san Josemaría que encienda en nuestros corazones un renovado deseo de santidad: creo que es de rabiosa actualidad lo que escribió en Camino hace muchos años: "Un secreto. -Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos..." (n. 301).

lunes, 14 de septiembre de 2009

BODAS DE PLATA

"Cuando sea exaltado sobre la tierra, atraeré todo hacia mí", dijo Jesús, indicando de qué modo iba a morir, agrega san Juan en su evangelio. La exaltación o glorificación del Señor tuvo lugar, en efecto, en la Cruz, la Santa Cruz con la cual, una vez abiertas con ella las puertas del Cielo, ahora reina y es el cetro de su reinado sobre toda la creación.
Cada día los sacerdotes elevamos a Cristo en el altar y renovamos su muerte redentora. Ahí somos imprescindibles: en definitiva, el motivo clave de nuestra ordenación sacerdotal es poder celebrar la Eucaristía. Y hoy hace nada menos que 25 años, dos de ellos -Gonzalo Estévez y Roberto Russo-comenzaron a celebrar cada día ese misterio único que une la Tierra y el Cielo.
Ha sido la suya una celebración grande; ha sido una gran celebración de la Iglesia entera: porque el sacerdote es ordenado para todos los hombres y para siempre.
Yo quería participar en la Santa Misa de las Bodas de Plata de estos hermanos y buenos amigos, que adquiere un valor aún mayor al celebrarlas en el Año Sacerdotal. Pero, a la hora en que empezaba la Misa, tenía una cola de personas que esperaban confesarse... No podía dejarlas. Me quedé tranquilo, porque estoy seguro de que Gonzalo y Roberto habrían hecho lo mismo: somos sacerdotes para levantar a Cristo sobre la tierra y para ser ministros de su infinita misericordia.
En todo caso, me prometí a mí mismo que, cuando lleguen sus Bodas de Oro, allí estaré... El problema es que, por una simple razón de calendario, digamos... ¡no estaré!

martes, 11 de agosto de 2009

AVISO A LOS NAVEGANTES


En marzo de 2008 empecé el blog A VER QUÉ HACEMOS, que ha conseguido un buen número de lectores, y acabo de poner en él este texto:

"No se puede repicar y estar en la procesión", dice el refrán, y lo estoy experimentando desde hace unas semanas. En febrero pasado me decidí a concretar la idea de abrir un blog para y sobre los sacerdotes y el día 12 salió EL CLERO ORIENTAL.
Lo que no me esperaba era que el Papa iba a anunciar, en marzo, que a partir de junio comenzaría en la Iglesia un Año sacerdotal... Con ese anuncio, empecé a dedicarle mayor atención al nuevo blog, sin descuidar éste.
Y ahora viene lo de las campanas y la procesión, se imaginan: veo que no es posible atender los dos blogs como me gustaría, debo hacer un corte y, con la ayuda de ustedes, pienso que será provechoso para todos.
Si tienen la amabilidad de entrar en
EL CLERO ORIENTAL, verán que los temas que en él se tratan interesan a todos y, para nosotros, sacerdotes, será muy enriquecedor contar con los comentarios de ustedes. Nos enriquecerá porque, de hecho, son ustedes los destinatarios de nuestro servicio y lo que queremos es hacerlo cada día mejor. Por lo demás, cuento con que rezarán por nosotros como el Papa Benedicto XVI no se cansa de pedir que recemos.De manera que esto no es una despedida sino un cambio de estación, nada más. Gracias desde ya por la ayuda que nos darán.

A los lectores de EL CLERO ORIENTAL les agradezco la bienvenida que le darán a estos nuevos amigos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

UNA OCULTA BELLEZA

Este mediodía, en la habitual Audiencia de los miércoles, el Papa habló sobre el Cura de Ars y dijo tantas cosas importantes, que me permití traducir algunas de ellas. Pienso que es el mejor modo de adherirme a la fiesta grande que celebramos ayer que, por cierto, fue un evento inolvidable: bien organizado, bien predicado, muy bien servido... : ¡todo un festejo!

(...) El centro de toda su vida era la Eucaristía, que celebraba y adoraba con devoción y respeto. Otra característica fundamental de esta extraordinaria figura sacerdotal era el asiduo ministerio de la Confesión. En la práctica del sacramento de la Penitencia encontraba el lógico y natural cumplimiento del apostolado sacerdotal, obedeciendo al mandato de Cristo: “A quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados; a quienes de los retengan, les serán retenidos” (cfr. Jn 20, 23). San Juan María Vianney se distinguió como un óptimo e incansable confesor y maestro espiritual. Pasando ‘con un solo movimiento interior, del altar al confesionario’, donde transcurría gran parte de la jornada, buscaba de cualquier manera, con la predicación y con el consejo persuasivo, hacer descubrir a los parroquianos el significado y la belleza de la penitencia sacramental, mostrándola como una exigencia íntima de la Presencia eucarística (cfr. Carta a los sacerdotes en ocasión del Año Sacerdotal)

(…) Lo que hizo santo al Cura de Ars fue su humilde fidelidad a la misión a la Dios lo había llamado; fue su constante abandono, lleno de confianza, en las manos de la Providencia divina. Él consiguió tocar el corazón de la gente, no por sus propias cualidades humanas, ni confiando exclusivamente en un débil empeño de la voluntad. Conquistó las almas, incluso las más refractarias, comunicándoles lo que él íntimamente vivía, es decir, su amistad con Cristo. Fue “enamorado” de Cristo, y el verdadero secreto de su éxito pastoral fue el amor que sentía por el Misterio eucarístico anunciado, celebrado y vivido, que se hizo amor por el rebaño de Cristo, por los cristianos y por todas las personas que buscaban a Dios.

viernes, 10 de julio de 2009

LA CUESTION DE LAS PRIORIDADES

Encontré en Youtube varios videos sobre el Año Sacerdotal: aquí reproduzco uno de ellos, con declaraciones del Cardenal Paul Pouppard.
También vino a mi memoria que, el Jueves Santo de 1986, Juan Pablo II dedicó al Cura de Ars la carta que escribía siempre, en esa fecha, a los sacerdotes. Se cumplía entonces el segundo centenario del nacimiento de san Juan María Vianney y tenía mucho que decirnos... Por ejemplo: "Frecuentemente, por desgracia, los penitentes no se presentan con fervor al confesionario como en los tiempos del Cura de Ars. Ahora bien, donde haya muchas personas que por diversas razones parecen abstenerse totalmente de la confesión, se hace urgente una pastoral del sacramento de la reconciliación, que ayude a los cristianos a redescubrir las exigencias de una verdadera relación con Dios, el sentido del pecado que nos cierra a Dios y a los hermanos, la necesidad de convertirse y de recibir, en la Iglesia, el perdón como un don gratuito del Señor, y también las condiciones que ayuden a celebrar mejor el sacramento, superando así los prejuicios, los falsos temores y la rutina. Una situación de este tipo requiere al mismo tiempo que estemos muy disponibles para este ministerio del perdón, dispuestos a dedicarle el tiempo y la atención necesarios, y, diría también, a darle la prioridad sobre otras actividades".


viernes, 26 de junio de 2009

HACERLE ECO

Yo conocí y traté y quise y quiero con toda el alma, a este sacerdote santo, san Josemaría Escrivá de Balaguer, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia. Lo conocí en 1964 y estuve cerca suyo (durante dos años, muy cerca, viviendo con él en Roma) hasta 10 años después, cuando en Buenos Aires aseguraba que volvería a Argentina después de venir al Uruguay. El plan de Dios fue otro y, un año más tarde, se iba al Cielo el 26 de junio de 1975, su "dies natalis", su fiesta, fiesta hoy de la Iglesia entera.
De entre mil recuerdos, me golpea dulce y fuertemente su apasionada insistencia en la necesidad de frecuentar "el sacramento de la misericordia divina": ¡a grito pelado lo pregonaba en Argentina, en Brasil, en Chile, en Perú, en Ecuador..., en todos los sitios!: "¡a confesar, a confesar!", pedía a voces: "¡Si en estas tres semanas que he estado en Argentina, tres personas se han acercado a Cristo por medio de la Confesión, yo no he perdido el tiempo!"...

Escucho hoy a Benedicto XVI, "il dolce Cristo in terra", como le llamaba recogiendo el decir de santa Catalina de Siena, pidiéndonos a los sacerdotes que encontremos el tiempo para estar en el confesonario y dedicarnos a ese ministerio en el que nadie puede sustituirnos... Le pido a san Josemaría, sacerdote secular que amaba con amor de predilección a todos los sacerdotes seculares del mundo, que sepamos hacerle eco eficaz.

martes, 23 de junio de 2009

HILO GRUESO PARA RUMIAR

Cuando empieza el invierno las cosas se complican, al menos para mí, y el arranque de estación suele mandarme a la cucha un par de días. Entre varias ventajas, esta situación me ha permitido leer y rumiar la carta que el Papa nos escribió a los sacerdotes, con motivo del comienzo del Año Sacerdotal. Ya la había leído entera, pero lo que escribe Benedicto XVI me exige varias lecturas: en la primera, me entero de su contenido, en general; en la segunda, más atenta, reparo en el hilo grueso que la recorre y trato de destacarlo; después viene el momento de rumiar lo subrayado; más tarde... En fin, para qué aburrirlos con algo tan personal...
El caso es que, leyéndola por segunda vez, me ha llamado la atención cuánto espacio le dedica el Papa a presentar la importancia que le dio el Cura de Ars al sacramento de la Confesión y, poniéndolo de ejemplo, cómo nos pide a los sacerdotes que lo imitemos. Reproduzco, pues, lo que escribe sobre el tema, subrayando por mi parte lo que más tarde pienso rumiar.

"Esta identificación personal con el Sacrificio de la Cruz lo llevaba -con una sola moción interior- del altar al confesonario. Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa. Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un "círculo virtuoso". Con su prolongado estar ante el sagrario en la Iglesia, consiguió que los fieles comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de toda Francia, lo retenía en el confesonario hasta 16 horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en "el gran hospital de las almas". Su primer biógrafo afirma: "La gracia que conseguía [para que los pecadores se convirtiesen] era tan abundante que salía en su búsqueda sin dejarles un momento de tregua". En este mismo sentido, el Santo Cura de Ars decía: "No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él". "Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes".
Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él ponía en boca de Jesús: "Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita". Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars no sólo una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del "diálogo de salvación" que en él se debe entablar. El Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente. Quien se acercaba a su confesonario con una necesidad profunda y humilde del perdón de Dios, encontraba en él palabras de ánimo para sumergirse en el "torrente de la divina misericordia" que arrastra todo con su fuerza. Y si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: "El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!". A quien, en cambio, se acusaba de manera fría y casi indolente, le mostraba, con sus propias lágrimas, la evidencia seria y dolorosa de lo "abominable" de su actitud: "Lloro porque vosotros no lloráis", decía. "Si el Señor no fuese tan bueno... pero lo es. Hay que ser un bárbaro para comportarse de esta manera ante un Padre tan bueno". Provocaba el arrepentimiento en el corazón de los tibios, obligándoles a ver con sus propios ojos el sufrimiento de Dios por los pecados como "encarnado" en el rostro del sacerdote que los confesaba. Si alguno manifestaba deseos y actitudes de una vida espiritual más profunda, le mostraba abiertamente las profundidades del amor, explicándole la inefable belleza de vivir unidos a Dios y estar en su presencia: "Todo bajo los ojos de Dios, todo con Dios, todo para agradar a Dios... ¡Qué maravilla!". Y les enseñaba a orar: "Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto cuanto yo sea capaz".

Se entregaba totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis severa: "La mayor desgracia para nosotros los párrocos -deploraba el Santo- es que el alma se endurezca"; con esto se refería al peligro de que el pastor se acostumbre al estado de pecado o indiferencia en que viven muchas de sus ovejas. Dominaba su cuerpo con vigilias y ayunos para evitar que opusiera resistencia a su alma sacerdotal. Y se mortificaba voluntariamente en favor de las almas que le habían sido confiadas y para unirse a la expiación de tantos pecados oídos en confesión. A un hermano sacerdote, le explicaba: "Le diré cuál es mi receta: doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos". Más allá de las penitencias concretas que el Cura de Ars hacía, el núcleo de su enseñanza sigue siendo en cualquier caso válido para todos: las almas cuestan la sangre de Cristo y el sacerdote no puede dedicarse a su salvación sin participar personalmente en el "alto precio" de la redención.