Fiesta de la Transfiguración del Señor, en Madrid, año 1931. Fue en este día cuando un joven sacerdote de 29 años, tuvo una experiencia sobrenatural que hace bien conocerla.
Tres años antes, el 2 de octubre de 1928, había visto una expresa voluntad de Dios: debería abrir a hombres y mujeres del mundo y de todo el mundo, un camino de santidad: tarea difícil, hasta lo imposible, humanamente hablando.
Pero su Padre Dios le prestaba en ocasiones auxilios extraordinarios. Aquel joven sacerdote, san Josemaría Escrivá de Balaguer, consignó por escrito lo sucedido:
“7 de agosto de 1931: Hoy celebra esta diócesis la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo. (El día 6, en la diócesis de Madrid-Alcalá se celebraba la fiesta de los santos Justo y Pastor, sus Patronos principales). – Al encomendar mis intenciones en la Santa Misa, me di cuenta del cambio interior que ha hecho Dios en mí (…) Y eso, a pesar de mí mismo: sin mi cooperación, puedo decir. Creo que renové el propósito de dirigir mi vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina: la Obra de Dios. (Propósito que en este instante, renuevo también con toda mi alma). Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme –acaba de hacer in mente la ofrenda del Amor Misericordioso-, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: “et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum” (Ioann. 12, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el "ne timeas!", soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas.
A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad…, sin garabato), querría escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey”. (A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, I, p. 381).
Ayer cumplí 36 años de sacerdocio: esos “libros de fuego” me han ayudado ¡tanto!, que los recomiendo vivamente.
Tres años antes, el 2 de octubre de 1928, había visto una expresa voluntad de Dios: debería abrir a hombres y mujeres del mundo y de todo el mundo, un camino de santidad: tarea difícil, hasta lo imposible, humanamente hablando.
Pero su Padre Dios le prestaba en ocasiones auxilios extraordinarios. Aquel joven sacerdote, san Josemaría Escrivá de Balaguer, consignó por escrito lo sucedido:
“7 de agosto de 1931: Hoy celebra esta diócesis la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo. (El día 6, en la diócesis de Madrid-Alcalá se celebraba la fiesta de los santos Justo y Pastor, sus Patronos principales). – Al encomendar mis intenciones en la Santa Misa, me di cuenta del cambio interior que ha hecho Dios en mí (…) Y eso, a pesar de mí mismo: sin mi cooperación, puedo decir. Creo que renové el propósito de dirigir mi vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina: la Obra de Dios. (Propósito que en este instante, renuevo también con toda mi alma). Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme –acaba de hacer in mente la ofrenda del Amor Misericordioso-, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: “et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum” (Ioann. 12, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el "ne timeas!", soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas.
A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad…, sin garabato), querría escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey”. (A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, I, p. 381).
Ayer cumplí 36 años de sacerdocio: esos “libros de fuego” me han ayudado ¡tanto!, que los recomiendo vivamente.
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