Todos los diarios del mundo están, dale que te dale, al tema de los sacerdotes que han faltado muy mal al sexto mandamiento, a la actitud del Vaticano y, puestos a largar "soluciones", hay quienes dicen que hay que olvidarse del celibato, y a ellos los acompañan otros que piensan que "las mujeres deben estar más cerca de los curas" (?) y etcétera. En este runrun de los medios de información, que apuntan sus tiros a la Iglesia Católica en exclusiva, el artículo que publicó Vittorio Messori hace cuatro días en el Corriere della Sera, me parece realmente justo. La traducción es mía.
Me disculparán si comienzo con una experiencia personal. Pienso que puedo agregar una pequeña tesela al oscuro mosaico del sexo de los adultos con menores. (…)
Cuando terminé la universidad y estaba esperando una ocasión para entrar en algún periódico o en una editorial, oí hablar de una posibilidad de trabajo temporal como asistente –una especie de vigilante o tutor- en colegios que eran internados. Me presenté en algunos de ellos (todos laicos, ninguno religioso) y fui llamado para una entrevista y una primera experiencia. Hablando con algunos que podrían llegar a ser colegas, escuché algunas cosas que no entendí: el sueldo era escaso, el trabajo exigente, pero, a cambio, había beneficios reservados que compensaban los sacrificios. Sólo lo comprendí cuando, en un colegio para hijos de ricos burgueses, un cincuentón me dijo guiñándome el ojo: “¡Ven, no lo dudes! Durante el día se trabaja mucho, pero de noche, nuestros cuartos están al lado de los de los chicos!...” Teniendo, como tenía, otra clase de hábitos nocturnos, cambié de dirección en mi búsqueda de trabajo, aunque fuera temporal.
Pasaron los años y, como enviado de un diario, visité muchos manicomios en proceso de clausura por la ley Basaglia. En muchos de ellos ni siquiera se preocupaban de ocultar que los recuperados y recuperadas menores de edad eran un “botín” tan apetitoso, que provocaban luchas encarnizadas entre médicos y paramédicos. Los sindicalistas callaban; más aún, en una de aquellas casas me dijeron que ellos se habían reservado un derecho de preferencia entre los imberbes.
Aunque la vida es larga y son tantos los encuentros, no he olvidado uno con un capitán de navío que, en la mesa, riéndose en voz alta, me contaba la suerte –divertida, para él- que corrían, y corren, los quinceañeros embarcados como mozos en los innumerables barcos de cualquier bandera que surcan los mares.
Estas son solamente pequeñas apostillas a lo que dijo el otro día el portavoz vaticano, P. Federico Lombardi: “Ciertamente, lo ocurrido en ciertos ambientes religiosos es particularmente reprobable, dada la responsabilidad educativa y moral de los hombres de Iglesia. Pero quien es objetivo y está informado sabe que el problema es mucho más amplio y que concentrar las acusaciones sólo sobre la Iglesia es una perspectiva falsa”. El P. Lombardi citó la encuesta hecha por el gobierno austríaco: “Diecisiete casos de molestias o violencias imputadas a religiosos católicos, 510 en otros ambientes. ¿No sería justo, sobre todo por las víctimas, que se ocuparan al menos un poco también de ellos?”. En América, en la nube de innumerables iglesias, templos, sectas, comunidades religiosas, no hay ninguna que no deba enfrentar denuncias de fieles, hombres y mujeres, por actitudes reprobables de ministros del culto. Ni siquiera las instituciones de la extendida comunidad hebrea americana están libres del diluvio del contagio. Sacerdotes, pastores, rabinos, a menudo se encuentran juntos en los tribunales. Y lo mismo sucede a tantos que trabajan en ambientes más laicos y ajenos a perspectivas religiosas, como he recordado.
No obstante, parece que sólo la Iglesia Católica es noticia. Pero, pensándolo bien, tal “privilegio” no debería molestar a un creyente. Quien se indigna por los actos malos de un sacerdote, más que por los de cualquier otro, es porque lo une a un ideal excelso que ha sido traicionado. El que considera más graves las culpas “romanas”, respecto a otras, es porque vienen de una Iglesia de la que se esperaba algo muy distinto. Muchas invectivas anticlericales son en realidad protestas decepcionadas. Es incómodo, para los católicos, que el blanco privilegiado sea siempre y solo “el Vaticano”. Pero el que denuncia indignado las bajezas, es porque mide la grandeza del mensaje que desde allí se anuncia al mundo y que, creyentes o no, no se quiere ver embarrado.
Pasaron los años y, como enviado de un diario, visité muchos manicomios en proceso de clausura por la ley Basaglia. En muchos de ellos ni siquiera se preocupaban de ocultar que los recuperados y recuperadas menores de edad eran un “botín” tan apetitoso, que provocaban luchas encarnizadas entre médicos y paramédicos. Los sindicalistas callaban; más aún, en una de aquellas casas me dijeron que ellos se habían reservado un derecho de preferencia entre los imberbes.
Aunque la vida es larga y son tantos los encuentros, no he olvidado uno con un capitán de navío que, en la mesa, riéndose en voz alta, me contaba la suerte –divertida, para él- que corrían, y corren, los quinceañeros embarcados como mozos en los innumerables barcos de cualquier bandera que surcan los mares.
Estas son solamente pequeñas apostillas a lo que dijo el otro día el portavoz vaticano, P. Federico Lombardi: “Ciertamente, lo ocurrido en ciertos ambientes religiosos es particularmente reprobable, dada la responsabilidad educativa y moral de los hombres de Iglesia. Pero quien es objetivo y está informado sabe que el problema es mucho más amplio y que concentrar las acusaciones sólo sobre la Iglesia es una perspectiva falsa”. El P. Lombardi citó la encuesta hecha por el gobierno austríaco: “Diecisiete casos de molestias o violencias imputadas a religiosos católicos, 510 en otros ambientes. ¿No sería justo, sobre todo por las víctimas, que se ocuparan al menos un poco también de ellos?”. En América, en la nube de innumerables iglesias, templos, sectas, comunidades religiosas, no hay ninguna que no deba enfrentar denuncias de fieles, hombres y mujeres, por actitudes reprobables de ministros del culto. Ni siquiera las instituciones de la extendida comunidad hebrea americana están libres del diluvio del contagio. Sacerdotes, pastores, rabinos, a menudo se encuentran juntos en los tribunales. Y lo mismo sucede a tantos que trabajan en ambientes más laicos y ajenos a perspectivas religiosas, como he recordado.
No obstante, parece que sólo la Iglesia Católica es noticia. Pero, pensándolo bien, tal “privilegio” no debería molestar a un creyente. Quien se indigna por los actos malos de un sacerdote, más que por los de cualquier otro, es porque lo une a un ideal excelso que ha sido traicionado. El que considera más graves las culpas “romanas”, respecto a otras, es porque vienen de una Iglesia de la que se esperaba algo muy distinto. Muchas invectivas anticlericales son en realidad protestas decepcionadas. Es incómodo, para los católicos, que el blanco privilegiado sea siempre y solo “el Vaticano”. Pero el que denuncia indignado las bajezas, es porque mide la grandeza del mensaje que desde allí se anuncia al mundo y que, creyentes o no, no se quiere ver embarrado.
2 comentarios:
Muy bueno y oportuno! Gracias, Padre Jaime, por la traducción y el sharing. Lo he hecho correr por mi cuenta, también.
P. José Luis Vidal Sosa Dias
Aporto un dato del que los medios JAMAS HABLAN y que leí en una entrevista publicada en periódico L'Avvenire al "promotor de justicia" de la Congregación para la Doctrina de la Fe, monseñor Charles J. Scicluna. En los últimos 9 años se han atendido casos vinculados a 3.000 sacerdotes cometidos en los últimos 50 años y en el 10% se comprobó pedofilia verdadera. Es decir 300 en 9 años de un total de un total de 400.000 sacerdotes que hay en el mundo. LAS CIFRAS DICEN MUCHO.
Gracias P.Jaime!
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