"Cuando sea exaltado sobre la tierra, atraeré todo hacia mí", dijo Jesús, indicando de qué modo iba a morir, agrega san Juan en su evangelio. La exaltación o glorificación del Señor tuvo lugar, en efecto, en la Cruz, la Santa Cruz con la cual, una vez abiertas con ella las puertas del Cielo, ahora reina y es el cetro de su reinado sobre toda la creación.
Cada día los sacerdotes elevamos a Cristo en el altar y renovamos su muerte redentora. Ahí somos imprescindibles: en definitiva, el motivo clave de nuestra ordenación sacerdotal es poder celebrar la Eucaristía. Y hoy hace nada menos que 25 años, dos de ellos -Gonzalo Estévez y Roberto Russo-comenzaron a celebrar cada día ese misterio único que une la Tierra y el Cielo.
Ha sido la suya una celebración grande; ha sido una gran celebración de la Iglesia entera: porque el sacerdote es ordenado para todos los hombres y para siempre.
Yo quería participar en la Santa Misa de las Bodas de Plata de estos hermanos y buenos amigos, que adquiere un valor aún mayor al celebrarlas en el Año Sacerdotal. Pero, a la hora en que empezaba la Misa, tenía una cola de personas que esperaban confesarse... No podía dejarlas. Me quedé tranquilo, porque estoy seguro de que Gonzalo y Roberto habrían hecho lo mismo: somos sacerdotes para levantar a Cristo sobre la tierra y para ser ministros de su infinita misericordia.
En todo caso, me prometí a mí mismo que, cuando lleguen sus Bodas de Oro, allí estaré... El problema es que, por una simple razón de calendario, digamos... ¡no estaré!
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