Esta mañana, en el campus de la Universidad de Saint Mary, el Papa habló a 4.000 alumnos de las escuelas católicas del Reino Unido, y les ha dicho cosas que seguramente ni ellos ni sus profesores esperaban. Me he tomado la libertad de “traducir” sus palabras a nuestro modo de hablar en castellano, con la ilusión de que los lectores de este blog –los de este lado de acá- hagan el “copy & paste” y las repartan: a cuantas más chicas y chicos mejor.
No es frecuente que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de hablar a la vez a los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Gales y Escocia. Y como tengo esta oportunidad, hay algo que deseo enormemente decirles. Espero que, entre quienes me escuchan hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de ustedes es que sean santos. Él los ama mucho más de lo que jamás podrían imaginar y quiere lo mejor para ustedes. Y, sin duda, lo mejor es que crezcan en santidad.
Quizás alguno de ustedes nunca antes pensó esto. Quizás, alguno opina que la santidad no es para él. Dejen que me explique. Cuando somos jóvenes, solemos pensar en personas a las que respetamos, admiramos y como las que nos gustaría ser. Puede que sea alguien que encontramos en nuestra vida diaria y a quien tenemos una gran estima. O puede que sea alguien famoso. Vivimos en una cultura de la fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse según las figuras del mundo del deporte o del entretenimiento. Les pregunto: ¿cuáles son las cualidades que ven en otros y que más les gustarían para ustedes? ¿Qué tipo de persona les gustaría ser de verdad?
Cuando los invito a ser santos, les pido que no se conformen con ser de segunda fila. Les pido que no persigan una meta limitada y que ignoren las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para hacerlos felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no les llenará de satisfacción a menos que aspiren a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.
Dios no solamente nos ama con una profundidad e intensidad que difícilmente podremos llegar a comprender, sino que, además, nos invita a responder a su amor. Todos saben lo que sucede cuando encuentran a alguien interesante y atractivo, y quieren ser amigo suyo. Siempre están esperando resultar interesantes y atractivos, y que deseen ser sus amigos. Dios quiere la amistad de cada uno de ustedes. Y cuando se comienza a ser amigo de Dios, todo en la vida empieza a cambiar. A medida que lo van conociendo mejor, perciben el deseo de reflejar algo de su infinita bondad en sus propias vidas. Les atrae la práctica de las virtudes. Comienzan a ver la avaricia y el egoísmo y tantos otros pecados como lo que realmente son, tendencias destructivas y peligrosas que causan profundo sufrimiento y un gran daño, y desean evitar caer en esas trampas. Empiezan a sentir compasión por la gente con dificultades y sienten ansias de hacer algo por ayudarles. Quieren prestar ayuda a los pobres y hambrientos, consolar a los tristes, desean ser amables y generosos. Cuando todo esto comience a sucederles, es que están en camino hacia la santidad.
(…) No se contenten con ser mediocres. El mundo necesita buenos científicos, pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida, de la misma manera que la religión se convierte en limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores, filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana, dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos por mal camino.
Queridos amigos, les agradezco su atención; les prometo que rezaré por ustedes y les pido que recen por mí. Espero ver a muchos de ustedes el próximo agosto, en la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid. Mientras tanto, que Dios los bendiga.
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