Hay que reconocer que cada uno de nosotros pasa por momentos en los que puede hay que Hay que reconocer que cada uno de nosotros pasa por momentos en los que puede desanimarse ante la magnitud de lo que tiene que hacer y los límites de lo que en realidad puede hacer. Esto sucede también al Papa. ¿Qué debo hacer en esta hora de la Iglesia, con tantos problemas, con desanimarse ante la magnitud de lo que tiene que hacer y los límites de lo que en realidad puede hacer. Esto sucede también al Papa. ¿Qué debo hacer en esta hora de la Iglesia, con tantos problemas, con tantas alegrías, con tantos desafíos que afronta la Iglesia universal? Suceden tantas cosas cada día y no soy capaz de responder a todo. Hago mi parte, hago lo que puedo hacer. Trato de encontrar las prioridades.
También un párroco que está solo ve que son muchas las cosas que es preciso hacer en esta situación que usted ha descrito brevemente. Y sólo puede hacer una: tapar agujeros —como dijo usted—, dedicarse a los "primeros auxilios", consciente de que se debería hacer mucho más. Pues bien, la primera necesidad de todos nosotros es reconocer con humildad nuestros límites, reconocer que debemos dejar que el Señor haga la mayoría de las cosas. Hoy escuchamos en el evangelio la parábola del siervo fiel (cf. Mt 24, 42-51). Este siervo, como nos dice el Señor, da la comida a los demás a su tiempo. No lo hace todo a la vez, sino que es un siervo sabio y prudente, que sabe distribuir en los diversos momentos lo que debe hacer en aquella situación. Lo hace con humildad, y también está seguro de la confianza de su señor. Así nosotros, debemos hacer lo posible para tratar de ser sabios y prudentes, y también tener confianza en la bondad de nuestro Señor, porque al fin y al cabo debe ser él quien guíe a su Iglesia. Nosotros nos insertamos con nuestro pequeño don y hacemos lo que podemos, sobre todo las cosas siempre necesarias: los sacramentos, el anuncio de la Palabra, los signos de nuestra caridad y de nuestro amor.
Por lo que respecta a la vida interior, es esencial para nuestro servicio sacerdotal. El tiempo que dedicamos a la oración no es un tiempo sustraído a nuestra responsabilidad pastoral, sino que es precisamente "trabajo" pastoral, es orar también por los demás. En el "Común de pastores" se lee que una de las características del buen pastor es que "multum oravit pro fratribus". Es propio del pastor ser hombre de oración, estar ante el Señor orando por los demás, sustituyendo también a los demás, que tal vez no saben orar, no quieren orar o no encuentran tiempo para orar. Así se pone de relieve que este diálogo con Dios es una actividad pastoral. La Iglesia nos da, casi nos impone —aunque siempre como Madre buena— dedicar tiempo a Dios, con las dos prácticas que forman parte de nuestros deberes: celebrar la santa misa y rezar el breviario. Pero más que recitar, hacerlo como escucha de la Palabra que el Señor nos ofrece en la liturgia de las Horas. Es preciso interiorizar esta Palabra, estar atentos a lo que el Señor nos dice con esta Palabra, escuchar luego los comentarios de los Padres de la Iglesia o también del Concilio, en la segunda lectura del Oficio de lectura, y orar con esta gran invocación que son los Salmos, a través de los cuales nos insertamos en la oración de todos los tiempos. Ora con nosotros el pueblo de la antigua Alianza, y nosotros oramos con él. Oramos con el Señor, que es el verdadero sujeto de los Salmos. Oramos con la Iglesia de todos los tiempos. Este tiempo dedicado a la liturgia de las Horas es tiempo precioso. La Iglesia nos da esta libertad, este espacio libre de vida con Dios, que es también vida para los demás. Así, me parece importante ver que estas dos realidades, la santa misa, celebrada realmente en diálogo con Dios, y la liturgia de las Horas, son zonas de libertad, de vida interior, que la Iglesia nos da y que constituyen una riqueza para nosotros. Como he dicho, en ellas no sólo nos encontramos con la Iglesia de todos los tiempos, sino también con el Señor mismo, que nos habla y espera nuestra respuesta. Así aprendemos a orar, insertándonos en la oración de todos los tiempos y nos encontramos también con el pueblo.
La gente tiene sed. Y trata de apagar esta sed con diversas diversiones. Pero comprende bien que esas diversiones no son el "agua viva" que necesitamos. El Señor es la fuente del "agua viva". Pero en el capítulo 7 de san Juan nos dice que todo el que cree se convierte en una "fuente", porque ha bebido de Cristo. Y esta "agua viva" (v. 38) se transforma en nosotros en agua que brota, en una fuente para los demás. Así, tratemos de beberla en la oración, en la celebración de la santa misa, en la lectura; tratemos de beber de esta fuente para que se convierta en fuente en nosotros, y podamos responder mejor a la sed de la gente de hoy, teniendo en nosotros el "agua viva", teniendo la realidad divina, la realidad del Señor Jesús, que se encarnó. Así podremos responder mejor a las necesidades de nuestra gente.
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