Yo conocí y traté y quise y quiero con toda el alma, a este sacerdote santo, san Josemaría Escrivá de Balaguer, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia. Lo conocí en 1964 y estuve cerca suyo (durante dos años, muy cerca, viviendo con él en Roma) hasta 10 años después, cuando en Buenos Aires aseguraba que volvería a Argentina después de venir al Uruguay. El plan de Dios fue otro y, un año más tarde, se iba al Cielo el 26 de junio de 1975, su "dies natalis", su fiesta, fiesta hoy de la Iglesia entera.
De entre mil recuerdos, me golpea dulce y fuertemente su apasionada insistencia en la necesidad de frecuentar "el sacramento de la misericordia divina": ¡a grito pelado lo pregonaba en Argentina, en Brasil, en Chile, en Perú, en Ecuador..., en todos los sitios!: "¡a confesar, a confesar!", pedía a voces: "¡Si en estas tres semanas que he estado en Argentina, tres personas se han acercado a Cristo por medio de la Confesión, yo no he perdido el tiempo!"...
Escucho hoy a Benedicto XVI, "il dolce Cristo in terra", como le llamaba recogiendo el decir de santa Catalina de Siena, pidiéndonos a los sacerdotes que encontremos el tiempo para estar en el confesonario y dedicarnos a ese ministerio en el que nadie puede sustituirnos... Le pido a san Josemaría, sacerdote secular que amaba con amor de predilección a todos los sacerdotes seculares del mundo, que sepamos hacerle eco eficaz.
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