El lunes pasado fui a la peluquería. Voy cada dos meses y algo, tiempo suficiente para darle un poquito de trabajo al peluquero. El caso es que, encontrándome a diez minutos de Las Piedras, fui sin más trámites a la primera peluquería que encontré en esa ciudad-dormitorio, la más grande del Uruguay. No había nadie en la peluquería, además del peluquero, un muchacho de 28 años. Me senté en un sillón viejo como el de la foto y, con la ilusión de un converso, el peluquero me contó su historia.
Yo estaba en la droga, sabe… Y un día fui a la casa del hombre que me la daba y… no podrá creer: lo encontré escuchando la radio y llorando… ¡cómo lloraba! Es que le estaba llegando la Palabra, ¿sabe? Entonces yo también me puse a escuchar. El Pastor decía que Jesucristo nos quiso tanto que murió por nosotros, por nuestros pecados, que Jesucristo es el único que puede salvarnos, que él quiere que le abramos el corazón… Bueno, usted ya sabe, ¿verdad?
Al ver así a mi amigo, llorando de la emoción por lo que oía, yo empecé a seguir ese programa de radio y un domingo fui al templo evangélico, y al domingo siguiente volví: es que me hacía bien lo que decían, me llegaba la Palabra… La verdad es que yo lo que quería era dejar la droga, y que mi esposa también la dejara… Andábamos horrible los dos, nos llevábamos muy mal. El caso de ella era más difícil, porque estaba en la cocaína, ¿me entiende? Yo la animaba para que me acompañara al templo, pero ella no quería saber de nada. ¡Qué cabeza dura! Porque fíjese que, de a poco, ¡yo estaba consiguiendo dejar la droga! Pero ella no aflojaba…
Hasta que un día, por fin, se decidió y me acompañó. Llegó llorando de puro desesperada, y salió… ¡llorando por la paz que tenía! ¡Le había llegado la Palabra! Usted sabe que dejó la droga de la noche a la mañana... ¡Qué felicidad, qué liberación! Yo, qué quiere que le diga… Al que dice que Dios no existe, que Jesucristo no existe, yo le tengo lástima; de entrada me da lástima, pero después lo ayudo a que conozca a Jesús, que se le acerque, que se abra a Él. Y acá, en la peluquería, fíjese que está al lado de un bar… Aquí vienen borrachos… Bueno, yo trato de darles ejemplo: les hablo bien, sin usar palabras que no corresponden… Yo sé que se dan cuenta de que soy diferente, que conmigo esas cosas no funcionan, ¿vio?
Ahora mi esposa y yo estamos bárbaro, tenemos dos hijos, nos queremos, tenemos trabajo, rezamos juntos... ¿se puede pedir más?
2 comentarios:
Muy interesante su relato. Pero quisiera saber si a un evangélico usted lo deja así. ¿Da lo mismo?
Muchas gracias.
Andrea
Tanto no da lo mismo, que si alguien tiene un crece pelo eficaz, por favor que me lo diga: así tendré un motivo para ir más seguido a la peluquería de Las Piedras.
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