domingo, 25 de abril de 2010

LAS AGUAS REVUELTAS


Como en los tiempos de Jesús, cuando la barca de los apóstoles se zarandeaba en el mar de Tiberíades, la "navicella" de la Iglesia (así la llamaba Catalina de Siena, una mujer de fuego que vivió hace siete siglos) está en el ojo de una gran tormenta. Pero con una diferencia que no es menor: más allá de algunos medios que aprovechan la ocasión para cebarse contra ella, los que han provocado este desconcierto son algunos que, debiendo guiarla en su andadura, parecen, con sus acciones, empeñados en hundir a la Iglesia.

El Cardenal Raztinger sabía mejor que nadie lo que decía, cuando en el Via Crucis del Coliseo, en 2005, al contemplar la IX Estación reflexionó:

¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).

Hace siete siglos, cuando la barca de la Iglesia se sacudía por la conducta de pastores indignos, Catalina de Siena gritaba: "Ay de mí no puedo callar. Gritemos con cien mil lenguas. Creo que, por callar, el mundo está corrompido, la esposa de Cristo ha empalidecido, ha perdido el color, porque le están chupando la propia sangre, es decir, la sangre de Cristo".

Lentamente, las aguas se calmaron. También ahora se calmarán: la Iglesia se reformará, decía Catalina, "con santos y buenos pastores, no con guerra, sino con paz y tranquilidad; con humildes y continuas oraciones, sudores y lagrimas de los siervos de Dios".

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