El centenario del decreto Quam singulari es una ocasión providencial para recordar e insistir en que los niños hagan la primera Comunión cuando llegan al uso de la razón, edad que hoy parece incluso que se ha adelantado. Por eso, no es recomendable la práctica que se está introduciendo cada vez más de elevar la edad de la primera Comunión. Por el contrario, ahora es más necesario adelantarla. Frente a lo que está sucediendo con los niños y al ambiente tan adverso en el que crecen, no les privemos del don de Dios: puede ser, es la garantía de su crecimiento como hijos de Dios, engendrados por los sacramentos de la iniciación cristiana en el seno de la santa madre Iglesia. La gracia del don de Dios es más poderosa que nuestras obras, que nuestros planes y nuestros programas.
No podemos, retrasando la primera Comunión, privar a los niños –el alma y el espíritu de los niños- de esta gracia, obra y presencia de Jesús, de este encuentro de amistad con Él, de esta singular participación de Jesús mismo y de este alimento del cielo, para poder madurar y llegar así a la plenitud. Todos, especialmente los niños, necesitan del pan bajado del cielo, porque el alma tiene que alimentarse, y no bastan nuestras conquistas, la ciencia, la técnica, por importantes que sean. Tenemos necesidad de Cristo para crecer y madurar en nuestras vidas.
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