Los Obispos expresamos el profundo dolor por el grave pecado que ha dañado a la Iglesia y de manera especial a la Diócesis de Minas.
Toda la Iglesia, y en ella los pastores, debe ser luz del mundo y, al mismo tiempo, necesita permanente purificación. Esto nos exige a todos, día a día, una constante conversión y penitencia. Pedimos al Padre, rico en misericordia, que fortalezca a nuestro hermano para continuar asumiendo las consecuencias de sus actos. Y asimismo que estos hechos dolorosos no oculten la fidelidad de tantos.
Tal como hacemos cada año en Semana Santa, cuando renovamos la promesa de cumplir los deberes inherentes a nuestro ministerio, pedimos a las comunidades que oren por nosotros los Obispos y por todos los sacerdotes para que “realicemos cada día, de una manera más viva y perfecta, la imagen de Jesús Buen Pastor, Maestro y Siervo de todos”.
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