Hoy es uno de los días más gélidos del invierno y, a causa del frío, algunos compromisos se quedaron en proyecto (¡ay la gripe!) y encuentro un tiempo inesperado para seguir con Newman, maestro de predicadores.
Confieso que, al contrario de lo que hacía en mis primeros años de sacerdocio (casi 36), cuando voy a predicar preparo un guión lo mejor que puedo y nada más: quedó atrás el tiempo en que escribía todo lo que iba a decir.
Releyendo a Newman, predicador extraordinario a quien escuchaban multitudes, encuentro una confesión suya que me ha hecho dudar... Más aún cuando recuerdo que algo similar -escribir lo que vamos a predicar- nos aconsejó Benedicto XVI a los sacerdotes...
En una carta del 13 de abril de 1869, se lee:
"Me he visto obligado a tomarme mucho trabajo con todo lo que he escrito; a menudo he escrito y reescrito capítulos enteros, aparte de innumerables correcciones de detalle y aditamentos entre líneas. No lo digo como mérito; hay personas que logran la mejor redacción a la primera, cosa que yo muy pocas veces. Cabe suponer que los buenos oradores pueden expresar por escrito su pensamiento con facilidad. Yo, que no soy un buen orador, necesito revisar y "trabajar" lo que pongo sobre un papel.
Puedo decir, no obstante, que nunca desde que era niño me he propuesto escribir bien o llegar a tener un estilo elegante. Creo que nunca he escrito por escribir. Mi único deseo y objetivo ha sido eso que es tan difícil: decir con claridad y exactitud lo que quiero decir; este ha sido el motivo de todas mis correcciones y reescrituras. A veces, al releer algo escrito un par de días antes, me ha parecido tan oscuro incluso para mí mismo que lo he desechado inmediatamente o lo he rehecho por completo. Y no he ganado en esto nada después de tantos años de práctica. Tengo que reescribir y corregir tanto ahora como hace treinta años" (Cit. en Newman, el predicador de St. Mary, de Ricardo Mauti, en Newmaniana, n. 38, 2003).
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